UNO. Hoy la verdad es que no fue un buen día, mucho trabajo, reuniones, tuve algunas diferencias con Eugenia; en fin, uno de esos días para el olvido y encima prendo la computadora y en uno de los post hay más de 50 comentarios, un huracán de puteadas, preguntas, elogios y yo no sé que hacer; ¿respondo alguno?, ¿Contesto las preguntas?, ¿Subo una foto? ¿Hablo de mí mismo? ¿Les cuento a todos que hago?.
A esta altura todos ya saben que soy médico, tengo 30 años y que estoy desde hace un tiempo viviendo en África trabajando para una ONG. ¿Pero quieren que vayamos más atrás? Me fui de Rafaela a los 18 años, estudie en la UBA, me recibí y a la hora de elegir una especialidad me decidí por una residencia en Clínica Médica, la cual realice en un hospital de la Capital que se caracteriza por una disciplina casi, diríamos, castrense, porque consideraba que era la única especialidad en la que podía tener un enfoque o una perspectiva más holistica del paciente, creo que fue una decisión acertada pero no inteligente en el aspecto lucrativo ya que los médicos clínicos debemos estudiar mucho y no tenemos beneficios como pueden llegar a tener algunas especialidades que realizan procedimientos o intervenciones. ¿Si tengo dudas con respecto a mi profesión? No tantas, el tiempo las fue disipando y lo que en un momento considere cierto error (no haber estudiado alguna carrera de la rama de las ciencias sociales) hoy lo considero un acierto ya que través de la medicina puedo ser una persona de acción y no un charlatán. A medida que transcurrió mi residencia fui haciendo el camino que hace cualquier médico, en el tercer y cuarto año empecé con mis guardias en distintos lugares de capital y lo que cierta lectora califica de vacaciones constantes no fueron mas que años de trabajo y mucho ahorro para después comprarme muchos libros y realizar algún que otro viaje y de esta forma recorrí gran parte de América Latina, Europa y el sudeste de Asia. Disfruto viajar, es casi una especie de droga, yo Lucas, no tengo auto, casa o bienes, solo tengo mi profesión, un montón de libros (que me protegen contra la chaturra, las infecciones y la mediocridad), una valija llena de anécdotas y muchos amigos alrededor del mundo. Hace un año y medio terminaba mi residencia, tenía muchas guardias y consultorios en distintos lugares y era el momento de insertarme en un sistema del que no estaba seguro si quería ser parte...
DOS. Como se habrán dado cuenta mis ideas políticas son erráticas, considero que el acceso a la salud es un derecho universal y no un privilegio y tenía ganas de hacer algo más que simples guardias en sanatorios caros de Palermo a los que no les importa un comino el beneficiario, de esa manera las opciones no eran muchas, una era trabajar en el sistema publico, que como sabrán perfectamente los simpáticos colegas médicos que leen detenidamente el blog en sus noches de guardia es prácticamente imposible entrar ya que no hay nuevos cargos, no hay concursos y si hay acomodos y otras yerbas. La segunda opción era tratar de hacer algo con alguna ONG, pero yo estaba seguro que no quería nada relacionado con intereses políticos, religiosos o de cualquier otro tipo, encontré a MSF, que es una organización totalmente independiente, con mucha experiencia que ofrecía la posibilidad de hacer la medicina que yo quería, es decir de manera profesional con logística, equipamientos, criterios y fundamentos y no atender casos de malaria debajo de una palmera hasta que se te acaben los medicamentos y después vemos, suena romántico pero yo quería algo mas profesional, invertí 10 años de mi vida estudiando y no los iba a desperdiciar, además estaba la posibilidad de trabajar en un ambiente multicultural, conocer distintas formas de pensamientos, distintas formas de trabajo, de vida y la enorme posibilidad de viajar, de conocer el mundo, de vivir en África, de ser parte de una novela de Conrad, de una crónica de Kapuscinski ¿ quién iba a decir que no ?
TRES. Preguntas a la hora de decidir, muchísimas, cuestionamientos miles, ¿los afectos? ¿Mi país? ¿Mi gente? Los afectos entendieron, me alentaron, me estimularon y me hicieron saber que era una oportunidad única que no debía desaprovechar, mi país, bueno que decir no?;¿Que extraña relación que tenemos los argentinos con nuestro país no? ¿Existe el ser nacional? Si en nuestro país hay necesidades? Por supuesto, hay hambre (la mejor definición fueron las palabras de Giardinelli “lo que veo en el Hospital de Castelli me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de personas en condiciones infrahumanas. Parecen expersonas, apenas piel sobre los huesos”) hay malaria, tuberculosis, hay 23% de la población que vive bajo la línea de la pobreza, hay violencia, hay chicos violados pero también hay hace años superávit fiscal, un tesoro nacional que crece constantemente, unos números macroeconómicos fabulosos que nunca se traducen en beneficios en la microeconomía, hay democracia y un sistema de leyes, hay Ministerios de Salud, de Trabajo y Acción Social que son totalmente operativos, es decir que tienen los medios para mejorar la situación pero lo que sobra es negligencia, hipocresía, corrupción (100 funcionarios procesados ninguno en cafúa). Entonces pienso en mi país y estoy convencido que hay muchísimo problemas pero también muchísimos recursos, el problema es la negligencia y la corrupción y lo que parece de otro país son las encuesta para el domingo de las elecciones, yo leo bien los diarios o nos van seguir cagando de parados por 4 años más?En el blog hay comentarios del tipo “mujeres argentinas violadas atendidas por médicos argentinos que eligieron vivir en el país”, este tipo de comentario me parecen reaccionarios, retrógrados, de un nacionalismo barato y mal entendido, pero sobretodo peligrosos, el próximo comentario será a las mujeres bolivianas violadas que las atiendan los médicos bolivianos, ¿importa la nacionalidad de la víctima y el médico o nos interesa la condición de la mujer? No entiendo de que se me acusa, ¿de traidor a la Patria?, ¿Si fuera administrador de empresas también me putearían igual y me dirían vení a administrar empresas a la Argentina? ¡¡ traidor!! A quien se le ocurre que me olvide de mi país porque ejerzo mi profesión en el extranjero; ¿ Alguno de todos ustedes piensan que alguno de los Pumas o los jugadores de la selección rechaza su país? ¿ No juegan todos en el extranjero? Traten de recordar la última vez que observaron en la tele algún informe sobrecogedor sobre alguna catástrofe humanitaria, entiéndase los desplazados del sur de Sudán, Ruanda, o el mismo Tsunami o las inundaciones en Santa Fe.
¿ Seguramente usted es de las personas que sintió que había que hacer algo no?
¿ Al momento de pensar en que había que hacer algo, pensó por un momento en la nacionalidad de las víctimas?.
"En mi país los caníbales se comieron a los caníbales" (Jorge Luis Borges).
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16.10.07
25.9.07
Agonía Qom
Insisto... ¿Noticia top de la semana? Parpadee. Los tobas muriéndose de hambre en el impenetrable. ¿Podían haberse evitado? Sí. ¿Es algo fuera de lo común? No: el número mundial de soldados por cada 100 mil habitantes es de 556 El mundial de médicos, por igual cantidad, 85 (sic) ¿Afectó esta noticia a la sociedad argentina? Para nada. ¿Se echaron millones de argentinos a las calles? No. El cable que anotició el Apocalipsis de los tobas ya es historia vieja. Lo expresó en sintaxis tan natural como la que anuncia una boda o el arribo de la primavera o un acto de supuesta corrupción. Para mucha gente lo perverso es normal. Me pregunto a mí mismo ¿Que mezcla de solidaridad y soberbia me trajo a África? ¿Por qué estoy acá y no allá? Dejando de lado que esta experiencia es una parte fundamental en la construcción ( continua, lenta y dolorosa) de mi personalidad para gestos solidarios es más que claro que uno puede ayudar al vecino, a un hermano y no es necesario viajar miles de kilómetros pero al mismo tiempo razono que vengo de un país rico, con un Ministerio de Salud totalmente operativo y con recursos y que la única razón para llegar a una situación como le del Chaco es la negligencia y la corrupción (nada se perdió, todo se lo afanaron) Acá les dejo la crónica de Mempo Giardinelli, escritor Chaqueño, publicada hoy en la contratapa de Página 12.
Auchh, duele, y duele de verdad...
En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo el mundo. Prensa y televisión global vienen a mirar los estragos de la desnutrición que afecta a miles de aborígenes en los bosques que se conocen –ya impropiamente– como El Impenetrable.
Mi colega y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla. No es la primera invitación que recibo, pero sí la primera que acepto. Rehusé viajar antes de las recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier impresión escrita se habría interpretado como denuncia electoral. Y yo estoy convencido, desde hace mucho, de que la espantosa situación socioeconómica en que se encuentran los pueblos originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural, no son mérito de un gobierno en particular de los últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares; peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.
Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina –no pedida ni autorizada– al Hospital Ramón Carrillo, el segundo más importante de esta provincia. Civale toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los patios roñosos y un pozo negro abierto y rebalsando junto a la cocina.
Aunque el frente del hospital está recién pintado, detrás hay un basural a cielo abierto en medio de dos pabellones. Vidrios y muebles rotos, escombros, radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos enmarcan las salas donde los pacientes son sólo cuerpos chupados por enfermedades como la tuberculosis o el Chagas. Me impresiona la mucha gente que hay tirada en los pisos, no sé si son pacientes o familiares, lo mismo da.
Una hora después, en el camino hasta Juan José Castelli –población de 30 mil habitantes que se autocalifica “Portal del Impenetrable”– la desazón y la rabia se perfeccionan al observar lo que queda del otrora Chaco boscoso. Lo que fue imperio de quebrachos centenarios y fauna maravillosa, ahora son campos quemados, de suelo arenoso y desértico, con raigones por doquier esperando las topadoras que prepararán esta tierra para el festival de soja transgénica que asuela nuestro país.
Entramos –nuevamente por atrás– al Hospital de Castelli, que se supone atiende al 90 o 95 por ciento de los aborígenes de todo el Impenetrable. Lo que veo allí me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de seres en condiciones definitivamente inhumanas. Parecen ex personas, apenas piel sobre huesos, cuerpos como los de los campos de concentración nazis.
Una mujer de 37 años que pesa menos de 30 kilos parece tener más de 70. No puede alzar los brazos, no entiende lo que se le pregunta. Cinco metros más allá una anciana (o eso parece) es apenas un montoncito de huesos sobre una cama desvencijada. El olor rancio es insoportable, las moscas gordas parecen ser lo único saludable, no hay médicos a la vista e impera un silencio espeso, pesado y acusador como el de los familiares que esperan junto a las camas, o tirados en el piso del pasillo, también aquí, sobre mantas mugrientas, quietos como quien espera a la Muerte, esa condenada que encima, aquí, se demora en venir.
Siento una furia nueva y creciente, una impotencia absoluta. Le pregunto a una joven enfermera que limpia un aparador vidriado si siempre es así. “Siempre”, responde irguiéndose con un trapo sucio en la mano, “aunque últimamente han sacado muchos, desde que empezó a venir la tele”.
Es flaquita y tiene cara de buena gente: se le ve más resignación que resentimiento. Son 44 enfermeros en todo el hospital pero no alcanzan para los tres turnos. Trabajan ocho horas diarias cinco días por semana y cobran alrededor de mil pesos los universitarios, y menos de 600 los contratados, como ella. Los días de lluvia los techos se llueven y esto es un infierno, dice y señala los machimbres podridos y los pozos negros saturados que revientan de mierda en baños y patios. Y todo se lava con agua, nomás, porque “no tenemos lavandina”.
Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia y Pediatría. Allí todos son tobas. Una chiquilla llora ante su hijo, un saquito de huesos morenos con dos ojos enormes que duele mirar. Otra joven dice que no sabe qué tiene su nena pero no quiere que muera, aunque es obvio que se está muriendo. Hay una veintena de camas en el sector y en todas lo mismo: desnutrición extrema, mugre en las sábanas, miles de moscas, desolación y miedo en las miradas.
Después viajamos otra hora y el cuadro se hace más y más grotesco. Paramos en Fortín Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende el Puente La Sirena, los parajes El Colchón, El Espinillo y varios más. Son decenas de ranchos de barro y paja, taperas infames donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas). Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.
Digan lo que digan, estas tierras –más de tres millones de hectáreas– fueron vendidas con los aborígenes dentro. Son varios miles y están ahí desde siempre, pero no tienen títulos, papeles, ni saben cómo conseguirlos. Los amigos del poder sí los tienen, y los hacen valer. El resultado es la devastación del Impenetrable: cuando el bosque se tala, las especies animales desaparecen, se extinguen. Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas digan lo contrario, y se escandalicen ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable chaqueño palabras duras como exterminio o genocidio tienen vigencia.
Desfilan ante nuestros ojos enfermos de tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños empiojados que sólo han comido harina mojada en agua, rodeados de perros flacos, huesudos y ojerosos como sus dueños. Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María y lo mismo da. Casi todos dicen ser evangelistas, de la Asamblea de Dios, de la Iglesia Universal, de “los pentecostales” o “los anglicanos”.
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui: “Por aquí, Dios no pasó”.
Al caer la tarde estoy quebrado, roto, y sólo atino a borronear estos apuntes, indignado, consciente de su inutilidad. Al partir de regreso veo en un caserío un cartel deshilachado por el sol: “Con la fuerza de Rozas, vote lista 651”. Y en la pared de un rancho de barro, seguramente infestada de vinchucas, veo un corazón rojo como el de los pastores mediáticos brasileños de “Pare de sufrir”. Abajo dice: “Chaco merece más. Vote Capitanich”.
A unos 400 kilómetros de aquí el escrutinio final de las elecciones avanza lenta, nerviosamente.
En alguna oficina el ministro de Salud de esta provincia seguirá negando todo esto, mientras el gobernador se prepara para ser senador y vivir en Buenos Aires, bien lejos de aquí, como casi todos los legisladores.
Nunca antes el Chaco ni este país me habían dolido tanto.
Auchh, duele, y duele de verdad...
En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo el mundo. Prensa y televisión global vienen a mirar los estragos de la desnutrición que afecta a miles de aborígenes en los bosques que se conocen –ya impropiamente– como El Impenetrable.
Mi colega y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla. No es la primera invitación que recibo, pero sí la primera que acepto. Rehusé viajar antes de las recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier impresión escrita se habría interpretado como denuncia electoral. Y yo estoy convencido, desde hace mucho, de que la espantosa situación socioeconómica en que se encuentran los pueblos originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural, no son mérito de un gobierno en particular de los últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares; peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.
Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina –no pedida ni autorizada– al Hospital Ramón Carrillo, el segundo más importante de esta provincia. Civale toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los patios roñosos y un pozo negro abierto y rebalsando junto a la cocina.
Aunque el frente del hospital está recién pintado, detrás hay un basural a cielo abierto en medio de dos pabellones. Vidrios y muebles rotos, escombros, radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos enmarcan las salas donde los pacientes son sólo cuerpos chupados por enfermedades como la tuberculosis o el Chagas. Me impresiona la mucha gente que hay tirada en los pisos, no sé si son pacientes o familiares, lo mismo da.
Una hora después, en el camino hasta Juan José Castelli –población de 30 mil habitantes que se autocalifica “Portal del Impenetrable”– la desazón y la rabia se perfeccionan al observar lo que queda del otrora Chaco boscoso. Lo que fue imperio de quebrachos centenarios y fauna maravillosa, ahora son campos quemados, de suelo arenoso y desértico, con raigones por doquier esperando las topadoras que prepararán esta tierra para el festival de soja transgénica que asuela nuestro país.
Entramos –nuevamente por atrás– al Hospital de Castelli, que se supone atiende al 90 o 95 por ciento de los aborígenes de todo el Impenetrable. Lo que veo allí me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de seres en condiciones definitivamente inhumanas. Parecen ex personas, apenas piel sobre huesos, cuerpos como los de los campos de concentración nazis.
Una mujer de 37 años que pesa menos de 30 kilos parece tener más de 70. No puede alzar los brazos, no entiende lo que se le pregunta. Cinco metros más allá una anciana (o eso parece) es apenas un montoncito de huesos sobre una cama desvencijada. El olor rancio es insoportable, las moscas gordas parecen ser lo único saludable, no hay médicos a la vista e impera un silencio espeso, pesado y acusador como el de los familiares que esperan junto a las camas, o tirados en el piso del pasillo, también aquí, sobre mantas mugrientas, quietos como quien espera a la Muerte, esa condenada que encima, aquí, se demora en venir.
Siento una furia nueva y creciente, una impotencia absoluta. Le pregunto a una joven enfermera que limpia un aparador vidriado si siempre es así. “Siempre”, responde irguiéndose con un trapo sucio en la mano, “aunque últimamente han sacado muchos, desde que empezó a venir la tele”.
Es flaquita y tiene cara de buena gente: se le ve más resignación que resentimiento. Son 44 enfermeros en todo el hospital pero no alcanzan para los tres turnos. Trabajan ocho horas diarias cinco días por semana y cobran alrededor de mil pesos los universitarios, y menos de 600 los contratados, como ella. Los días de lluvia los techos se llueven y esto es un infierno, dice y señala los machimbres podridos y los pozos negros saturados que revientan de mierda en baños y patios. Y todo se lava con agua, nomás, porque “no tenemos lavandina”.
Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia y Pediatría. Allí todos son tobas. Una chiquilla llora ante su hijo, un saquito de huesos morenos con dos ojos enormes que duele mirar. Otra joven dice que no sabe qué tiene su nena pero no quiere que muera, aunque es obvio que se está muriendo. Hay una veintena de camas en el sector y en todas lo mismo: desnutrición extrema, mugre en las sábanas, miles de moscas, desolación y miedo en las miradas.
Después viajamos otra hora y el cuadro se hace más y más grotesco. Paramos en Fortín Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende el Puente La Sirena, los parajes El Colchón, El Espinillo y varios más. Son decenas de ranchos de barro y paja, taperas infames donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas). Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.
Digan lo que digan, estas tierras –más de tres millones de hectáreas– fueron vendidas con los aborígenes dentro. Son varios miles y están ahí desde siempre, pero no tienen títulos, papeles, ni saben cómo conseguirlos. Los amigos del poder sí los tienen, y los hacen valer. El resultado es la devastación del Impenetrable: cuando el bosque se tala, las especies animales desaparecen, se extinguen. Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas digan lo contrario, y se escandalicen ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable chaqueño palabras duras como exterminio o genocidio tienen vigencia.
Desfilan ante nuestros ojos enfermos de tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños empiojados que sólo han comido harina mojada en agua, rodeados de perros flacos, huesudos y ojerosos como sus dueños. Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María y lo mismo da. Casi todos dicen ser evangelistas, de la Asamblea de Dios, de la Iglesia Universal, de “los pentecostales” o “los anglicanos”.
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui: “Por aquí, Dios no pasó”.
Al caer la tarde estoy quebrado, roto, y sólo atino a borronear estos apuntes, indignado, consciente de su inutilidad. Al partir de regreso veo en un caserío un cartel deshilachado por el sol: “Con la fuerza de Rozas, vote lista 651”. Y en la pared de un rancho de barro, seguramente infestada de vinchucas, veo un corazón rojo como el de los pastores mediáticos brasileños de “Pare de sufrir”. Abajo dice: “Chaco merece más. Vote Capitanich”.
A unos 400 kilómetros de aquí el escrutinio final de las elecciones avanza lenta, nerviosamente.
En alguna oficina el ministro de Salud de esta provincia seguirá negando todo esto, mientras el gobernador se prepara para ser senador y vivir en Buenos Aires, bien lejos de aquí, como casi todos los legisladores.
Nunca antes el Chaco ni este país me habían dolido tanto.
Mempo Giardinelli
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