
La mañana en casa, la felicidad del mate amargo y los rayos de sol que me acarician la cara y me dicen que hoy la Argentina es un país un poquito mejor, un poquito mas justo. Un formidable progreso de una serie de tareas siempre interminable.
"Discurso del no método, método del no discurso, y así vamos. Lo mejor: no empezar, arrimarse por donde se puede. Ninguna cronología, baraja tan mezclada que no vale la pena. Cuando haya fechas al pie, las pondré. O no. Lugares, nombres. O no. De todas maneras vos también decidirás lo que te de la gana..." (salvo el crepúsculo,Julio Cortázar)
La familia se hace y no sólo nace. Las relaciones de sangre son una cosa y la familia es otra. Es posible construir una familia en la que haya amor con personas que se heredan por lazos de sangre, o que el afecto familiar se establezca con quienes nos encontramos, más allá de los linajes, en la vida. Como también es posible vivir un infierno de intrigas y traiciones en ambos casos. De lo que nadie se salva hoy en día es que, si se quiere vivir acompañado por algo que se llama “familia”, es decir padres, hijos, hermanos, debe hacerla, conseguirla, con la sangre y el genoma si el azar permite tal bendición, o fabricarla sin el auxilio del ADN. Esto implica que una relación familiar exige libertad de elección, responsabilidad, compromiso, dedicación; es decir: amor. Y en estos casos, no hay herencia de amor.
Este conjunto de actitudes no son monopolio de padres naturales sino de aquellos que han decidido dedicar una parte de sus vidas a otros. Tampoco es exclusivo de una pareja inicial de personas de diferente sexo porque una familia va más allá de la relación de género. Nada hay de natural en una familia. No somos animales, somos seres humanos con base animal y mente cultural.
La homosexualidad no es cultural, es natural. Basta ver a los animales. Pero la homosexualidad humana sí tiene un agregado cultural, toda la historia de la humanidad es una prueba de esta diversidad de aficiones sexuales. La cultura clásica, que es una de las columnas vertebrales de la historia de Occidente, se basaba en los placeres y no en el género. Griegos y romanos eran guerreros y buenos amantes marciales. Siglos de cristianismo conventual es testimonio de los amores entre frailes mucho antes de los actuales escándalos de pedofilia monacal.
Más allá de lo que se vote en el Congreso sobre el casamiento homosexual o la unión civil, o ninguna de las dos, los argumentos que esgrimen los que están en contra del casamiento entre personas del mismo sexo son fruto de la ignorancia más supina. Hablan de Dios o de la naturaleza como si fueran productos de góndola. “Dios dice”, “ la naturaleza es”, estas verdades fraguadas por esta especie de profetas supersticiosos abundan por suerte algo menos que antes. La naturaleza humana no “es” ni Dios “nos dice” nada. Si quieren que el litigio conyugal sobre géneros sea un problema de fe, allá ellos, cada uno puede practicar los sortilegios que más le gusta en su casa o en una asociación con o sin fines de lucro, pero el Estado está separado de las iglesias y los derechos son humanos y no divinos.
Escuchar en programas de televisión que hay quienes están preocupados por la posibilidad de que a la salida del colegio, el hijo le pregunte a “daddy” por qué Gustavito tiene dos papás, o que se espanten ante el hecho de que en la casa de un matrimonio gay Pedrito le diga al señor Raúl “mamá”, nos da claros indicios del nivel cultural de los que llevan esta cruzada en nombre de Dios y del cosmos.
El filósofo Michel Foucault, que era homosexual, ante una pregunta sobre su aparente indiferencia ante los movimientos de liberación gay, dijo que, en realidad, la legalización de matrimonio de personas del mismo sexo nada cambiaba en lo esencial. No negaba que mejorara la situación legal de muchas personas, pero no ponía en tela de juicio una de las verdades de nuestra cultura por la que se devela la identidad de una persona por su elección sexual.
El día, decía, en que una persona ya no sea apreciada o despreciada por la elección de su vida sexual, cuando se cuestione esa supuesta evidencia que cataloga a la gente por el uso que hace de sus placeres, y que nos sea indiferente para valorar al prójimo saber con quién se acuesta y con quién comparte su deseo sexual, entonces sí, algo habrá cambiado en la percepción social.
El filósofo francés dedicó varios libros y estudios para mostrar que en un momento dado en Occidente se desarrolló una “ciencia sexualis” que tomó a su cargo la misión de auscultar las profundidades de la persona humana estudiando su sexualidad, desde Juan Casiano a Sigmund Freud. “Dime con quién copulas y te diré quién eres.” Este mandamiento todavía está sellado en la conciencia moral de nuestros contemporáneos, y resiste al cambio acudiendo ya no a argumentos sino a una especie de advertencias catastróficas que parecen poner en peligro a la vida en general.
Nos alertan que si el matrimonio gay se legaliza corre peligro la continuación de la especie, como si todos los varones y mujeres estuviéramos esperando la sanción de las leyes para acoplarnos a un semejante sexual.