11.7.10

Asuntos de familia

Por Tomas Abraham en Perfil

La familia se hace y no sólo nace. Las relaciones de sangre son una cosa y la familia es otra. Es posible construir una familia en la que haya amor con personas que se heredan por lazos de sangre, o que el afecto familiar se establezca con quienes nos encontramos, más allá de los linajes, en la vida. Como también es posible vivir un infierno de intrigas y traiciones en ambos casos. De lo que nadie se salva hoy en día es que, si se quiere vivir acompañado por algo que se llama “familia”, es decir padres, hijos, hermanos, debe hacerla, conseguirla, con la sangre y el genoma si el azar permite tal bendición, o fabricarla sin el auxilio del ADN. Esto implica que una relación familiar exige libertad de elección, responsabilidad, compromiso, dedicación; es decir: amor. Y en estos casos, no hay herencia de amor.


Este conjunto de actitudes no son monopolio de padres naturales sino de aquellos que han decidido dedicar una parte de sus vidas a otros. Tampoco es exclusivo de una pareja inicial de personas de diferente sexo porque una familia va más allá de la relación de género. Nada hay de natural en una familia. No somos animales, somos seres humanos con base animal y mente cultural.

La homosexualidad no es cultural, es natural. Basta ver a los animales. Pero la homosexualidad humana sí tiene un agregado cultural, toda la historia de la humanidad es una prueba de esta diversidad de aficiones sexuales. La cultura clásica, que es una de las columnas vertebrales de la historia de Occidente, se basaba en los placeres y no en el género. Griegos y romanos eran guerreros y buenos amantes marciales. Siglos de cristianismo conventual es testimonio de los amores entre frailes mucho antes de los actuales escándalos de pedofilia monacal.


Más allá de lo que se vote en el Congreso sobre el casamiento homosexual o la unión civil, o ninguna de las dos, los argumentos que esgrimen los que están en contra del casamiento entre personas del mismo sexo son fruto de la ignorancia más supina. Hablan de Dios o de la naturaleza como si fueran productos de góndola. “Dios dice”, “ la naturaleza es”, estas verdades fraguadas por esta especie de profetas supersticiosos abundan por suerte algo menos que antes. La naturaleza humana no “es” ni Dios “nos dice” nada. Si quieren que el litigio conyugal sobre géneros sea un problema de fe, allá ellos, cada uno puede practicar los sortilegios que más le gusta en su casa o en una asociación con o sin fines de lucro, pero el Estado está separado de las iglesias y los derechos son humanos y no divinos.


Escuchar en programas de televisión que hay quienes están preocupados por la posibilidad de que a la salida del colegio, el hijo le pregunte a “daddy” por qué Gustavito tiene dos papás, o que se espanten ante el hecho de que en la casa de un matrimonio gay Pedrito le diga al señor Raúl “mamá”, nos da claros indicios del nivel cultural de los que llevan esta cruzada en nombre de Dios y del cosmos.

El filósofo Michel Foucault, que era homosexual, ante una pregunta sobre su aparente indiferencia ante los movimientos de liberación gay, dijo que, en realidad, la legalización de matrimonio de personas del mismo sexo nada cambiaba en lo esencial. No negaba que mejorara la situación legal de muchas personas, pero no ponía en tela de juicio una de las verdades de nuestra cultura por la que se devela la identidad de una persona por su elección sexual.
El día, decía, en que una persona ya no sea apreciada o despreciada por la elección de su vida sexual, cuando se cuestione esa supuesta evidencia que cataloga a la gente por el uso que hace de sus placeres, y que nos sea indiferente para valorar al prójimo saber con quién se acuesta y con quién comparte su deseo sexual, entonces sí, algo habrá cambiado en la percepción social.
El filósofo francés dedicó varios libros y estudios para mostrar que en un momento dado en Occidente se desarrolló una “ciencia sexualis” que tomó a su cargo la misión de auscultar las profundidades de la persona humana estudiando su sexualidad, desde Juan Casiano a Sigmund Freud. “Dime con quién copulas y te diré quién eres.” Este mandamiento todavía está sellado en la conciencia moral de nuestros contemporáneos, y resiste al cambio acudiendo ya no a argumentos sino a una especie de advertencias catastróficas que parecen poner en peligro a la vida en general.


Nos alertan que si el matrimonio gay se legaliza corre peligro la continuación de la especie, como si todos los varones y mujeres estuviéramos esperando la sanción de las leyes para acoplarnos a un semejante sexual.

No es fácil deshacerse de este tipo de fantasmas anales. El fanatismo es hijo del terror. Generaciones atrás, cuando una “divorciada” iba a buscar a su hijo a la escuela, despertaba toda clase de fantasías. Las maestras eran compasivas con el pobrecito inocente en estado de abandono, mientras los papás miraban a la señora con lujuria. Los tiempos cambian, el fantasma permanece.
Valdría la pena estar atentos a las posiciones que adoptarán los grupos políticos en este debate. No estoy de acuerdo con quienes afirman que a muy pocos les interesa la cuestión porque el único problema que merece debatirse es la desigualdad en la distribución de la riqueza. Como si éste de las familias no fuera un problema social. Que sea minoritario no lo hace menos importante. Una democracia no sólo se define por la voluntad de mayorías sino por los derechos de minorías. Además, creer que el funcionamiento del Consejo de la Magistratura a nadie le interesa, ni lo de las coimas en Venezuela, ni lo de las mafias de los medicamentos, ni nada de lo que a algún cronista oficialista le parezca importante y conveniente, no exime que la oposición nos muestre por su lado los valores que defiende más allá de su declamado republicanismo.

A nadie se le ocurre que el matrimonio presidencial comparta principios de libertad de costumbres porque ya ha demostrado desde que es gobierno que, si a algo poca atención le prestan, es a principios. Todo es poder para ellos. Y el poder no tiene justificativo, es una vocación. Hay gente así, quiere poder. Se vuelve loca con el poder, no para cambiar el mundo, sino por poder. El poder es intransitivo, como la locura. Pero la oposición con sus Duhaldes, los Macris, los Narváez, los Aguad, Mestres, Carrió y otros podrán creer en Dios y el Diablo, más bien en el Diablo, pero algún día deberán ajustar sus ideas de la familia, al menos con menos hipocresía.

Es comprensible que haya quienes proponen hacer las cosas de a poco. Tan o más importantes que las leyes son las costumbres, y tanto peso como tienen las ideologías, lo comparten las idiosincrasias. No es aconsejable que en un país con aspiraciones de clase media se quiera instaurar una patria socialista a punta de fusil, ni que en una cultura con raíces puritanas y machistas se barran con una ley tradiciones aún acendradas. También es cierto que las sociedades no modifican sus valores de un modo espontáneo y que en la madre patria, España, con costumbres similares a las nuestras durante siglos, con la legalización del matrimonio gay, la gente se sigue reproduciendo y a los Pepes y a los Manolos nadie les dice “mamá”.