Un gigantesco carro repleto de bolsos y valijas que era tirado por seis hombres empapados de sudor y descalzos me hizo reaccionar y darme cuenta que nuevamente estaba en áfrica. El vuelo estuvo tranquilo y tras una breve parada técnica en Dakar llegué a Monrovia, mi lugar de trabajo por los próximos seis meses. En el momento exacto que comencé mi descenso por la escotilla del avión comencé a sudar de una manera como nunca sudé mientras escuchaba una señora muy gorda que gritaba reclamandome el pasaporte y el carnet de la fiebre amarilla en un inglés casi inentendible.Cumplidos los trámites aduaneros nos hacen pasar a un pequeño galpón donde había una especie de cinta donde supuestamente depositarían nuestras maletas para recogerlas, tarea que casi se iba transformando en una empresa imposible por los gritos de la gente, la demora con la cual los seis morochos cargaban nuevamente el carro y la única empleada tratando de verificar los tickets de equipaje.
Ya cargado con mis bolsos y en las afueras del aeropuerto no divise ningún automóvil de la organización para la cual trabajo por lo que acomodé mis maletas y me senté a esperar, casi un sexto sentido africano, la llegada de mi contacto. Una vez en el automóvil y luego de que en el transcurso de la espera me hayan ofrecido cambio de divisas, drogas pasando por teléfonos celulares y hasta buenos cabarets nos dirigimos a la ciudad. Como no podía suceder de otra manera áfrica me recibe con un hermoso atardecer coronado por cocoteros y el océano atlántico mientras el chofer me cuenta que en los costados del camino siguen algunos refugiados, otros están volviendo a casa y termina diciendo " she is doing well", supongo refiriéndose a la presidenta liberiana que bajo el soporte de la ONU esta tratando de mejorar la situación.
Estoy en áfrica nuevamente.
Estoy feliz.