Me desperté atormentado por el calor sin saber muy bien donde me encontraba cuando escuche el mosquito irrumpir en el medio de la noche, imagine el momento en el cual se poso sobre mi piel desnuda, como se encorvaba sigilosamente mientras acomodaba su cabeza y sus patas largas y filamentosas adoptando la postura de los atletas en los tacos de salida para lentamente hundir su estilete de su probóscide en mi piel. Comprendí en ese preciso momento que dos semanas y media después de viajes y residencias lejanas nuevamente me encontraba en Kapiri M'poshi. Estamos en un abismo sin fondo y lo peor es que no es solo una ilusión mía sino una verdad clara y concisa. Un abismo que muestra simultáneamente a G.W. Bush queriendo regular los mercados, combatir el capital especulativo y ejercer el intervencionismo del estado para socorrer a los gigantes económicos de Wall Street junto a los bombazos en Pakistán, las masacres de civiles por los aviones de la OTAN en Afganistán o las hambrunas africanas más crueles. Uno podría, tal vez, volverse un poco loco de no estar tan acostumbrado al hecho de que miles de personas traten de escapar diariamente de la metralla, de las bombas, de las violaciones o del hambre.
Me reacomodo en la cama, estoy tranquilo y miro por la ventana, las estrellas ya se encuentran sobre la sabana africana. Estoy acá pero al mismo tiempo estoy lejos, en el fondo del abismo. ¿Dónde estoy? Otra vez algo se posa sobre mí y lentamente, casi imperceptiblemente, siento que algo atraviesa mi piel. Duele.