Hace unos cuantos días que estamos sin Internet y también hace unos cuantos días que no escribo en el blog, fueron días de intenso trabajo y de un ritmo vertiginoso ya que la semana que viene termino mi trabajo en Kapiri Mposhi y no quería dejar nada pendiente para el próximo equipo. Los últimos días son siempre días difíciles, llenos de imprevistos, de confusiones, la incertidumbre de las noches y la asimetría de todo el recorrido de los últimos meses en África. Partida y retorno, le voyage pour connaitre ma greographie, como lei alguna vez.
Que representa o que representara Kapiri todavía no lo se, tal vez una búsqueda, siempre abierta, y a veces esa búsqueda para saber quien soy o encaminarse a alguna verdad incluye algo de desarraigo, irse lejos de casa y de cualquier vinculo. Otras veces creo que es un deseo de sentir en carne propia lo que es la existencia de seres en el fango y la mierda, de vivir o al menos tratar de compartir esa angustia, es "hilo de historia que te traspasa de parte a parte, de arriba abajo, de las nubes de la cabeza al agujero del culo" como escribía Celine. Tal vez represente el intento de tener un momento o un minuto de verdad y vivir días y experiencias rodeado de personas marcadas por el sufrimiento, la miseria, miles de personas que languidecen sin trabajo, sin futuro, sin comida pero sobretodo sin impulso vital o fuego sagrado que solo esperan la muerte porque es lo único que hay, es lo único real o tangible que pondrá fin a una existencia por demás miserable. Verlo con los propios ojos y sentir asco, rebeldía, compasión y a veces no sentir nada también. A veces cuando la realidad esta tan cascoteada y tan humillada por el desinterés, la violencia, las bombas o los cohetes artesanales uno se pregunta como se sale de semejante mierda. La verdad es que no lo se, ni la mas remota idea pero no quiero dejar ninguna frase celebre, hablar para la tribuna o tener una postura cínica, como se habrán dado cuenta todo esto no es mas un gran lamento, un dolor que se transforma en incertidumbre.
Tal vez lo único que nos quede es tratar de pensar o vivir la realidad de otro modo y quizás esto se puede llegar a convertir en un acto de fe, y esa fe darnos tranquilidad y permitirnos caminar serenos.
29.1.09
21.1.09
Aquel momento
El otro día estaba leyendo unas crónicas de Magris en la que el italiano comentaba que la historia adquiere su realidad un poco mas tarde, cuando ya ha pasado, y las conexiones generales, intuidas y escritas tiempo después le confieren al acontecimiento su alcance y su papel. Ese mismo día me regalaron una fotografía del equipo de futbol del cual soy parte y recordé que ese mismo dia fuimos derrotados por ese gran equipo que es Mkunbi, acontecimiento que fue casi decisivo para la disolución de nuestro equipo producto de la derrota y el comienzo de la temporada de lluvias y que en cierta forma determino una etapa. Es curioso pero recordé que Magris escribió algo como que mientras uno vive algo, no sabe darse cuenta de su importancia, porque, "en aquel momento", "aquel momento" todavía no había llegado a ser "aquel momento". En el presente, la única dimensión donde nos movemos o vivimos, no existe la historia, en ese momento solo existia pegarle mas fuerte a la pelota o tratar de darle una buena patada al numero 7. En fin, observo la fotografía y añoro esos sábados por la tarde cuando no llovía. La vida, como decía Kierkegaard, solo puede ser entendida mirando hacia atrás, aunque deba ser vivida mirando hacia adelante- o sea, hacia algo que no existe
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18.1.09
Domingo
Brote de Cólera en Lusaka, mas de 1000 casos con 40 muertos.
Me pase la semana en Lusaka trabajando en el centro de tratamiento. Caótico.
Tengo algunas fotos y vídeos, tratare de subirlos cuando la Internet funcione un poco mejor.
De vuelta en Kapiri, hoy va a ser un domingo aburrido.
Así los domingos, así las cosas.
Me pase la semana en Lusaka trabajando en el centro de tratamiento. Caótico.
Tengo algunas fotos y vídeos, tratare de subirlos cuando la Internet funcione un poco mejor.
De vuelta en Kapiri, hoy va a ser un domingo aburrido.
Así los domingos, así las cosas.
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11.1.09
Viaje al corazon de las tinieblas
En el diario espanol "El Pais" hoy salio publicado una increible cronica de Mario Vargas Llosa en el Congo. Desde hace tiempo atras que Vargas Llosa viene hablando del Congo despues de haber leido el monumental libro de Hochschild " El fanstasma del rey Leopoldo", un libro que cuenta todo el proceso de la colonizacion y la barbarie belga en el Congo. No conforme con eso decidio visitar los campos de refugiados, los hospitales acompanado de un equipo de MSF y denunciar lo que vio. ( Esta noche voy a sonar un poco, tal vez con algo de suerte quizas John Berger puede darse una vuelta por Kapiri y denunciar los estragos del HIV en el africa subsaharina o Carlos Fuentes escriba algo acerca de la malnutricion en el hospital de Kaipiri Mposhi).
Ejemplos recientes. El más notable, una mujer de 87 años, violada por 10 hombres. Ha sobrevivido. Otra, de 69, estuprada por tres militares, tenía en la vagina un pedazo de sable. Lleva dos meses a su cuidado y sus heridas aún no cicatrizan. Casi se le va la voz cuando me cuenta de una chiquilla de 15 años a la que cinco "interahamwe" (milicia hutu que perpetró el genocidio de tutsis en Ruanda, en 1994, y luego huyó al Congo, donde ahora apoya al Ejército del Gobierno del presidente Kabila) raptaron y tuvieron en el bosque cinco meses, de mujer y esclava. Cuando la vieron embarazada la echaron. Ella volvió donde su familia, que la echó también porque no quería que naciera en la casa un "enemigo". Desde entonces vive en un refugio de mujeres y ha rechazado la propuesta de un pariente de matar a su futuro hijo para que así la familia pueda recibirla. La letanía de historias del doctor Tharcisse me produce un vértigo cuando me refiere el caso de una madre y sus dos hijas violadas hace pocos días en la misma aldea por un puñado de milicianos. La niña mayor, de 10 años, murió. La menor, de 5, ha sobrevivido, pero tiene las caderas aplastadas por el peso de sus violadores. El doctor Tharcisse rompe en llanto.
Es un hombre todavía joven, de familia humilde, que se costeó sus estudios de medicina trabajando como ayudante de un pesquero y en una oficina comercial en Kitangani. Lleva dos años sin ver a su familia, que está a miles de kilómetros, en Kinshasa. El hospital, de 50 camas y 8 enfermeras, moderno y bien equipado, recibe medicinas de Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, pero es insuficiente para la abrumadora demanda que tiene al doctor Tharcisse y a sus ayudantes trabajando 12 y hasta 14 horas diarias, 7 días por semana. Fue construido por Cáritas. La Iglesia católica y el Gobierno llegaron a un acuerdo para que formara parte de la Sanidad Pública. No se aceptan polígamos, ni homosexuales, ni se practican abortos. El salario del doctor Tharcisse es de 400 dólares al mes, lo que gana un médico adscrito a la Sanidad Pública. Pero como el Gobierno carece de medios para pagar a sus médicos, la medicina pública se ha discretamente privatizado en el Congo, y los hospitales, consultorios y centros de salud públicos en verdad no lo son, y sus doctores, enfermeros y administradores cobran a los pacientes. De este modo violan la ley, pero si no lo hicieran, se morirían de hambre. Lo mismo ocurre con los profesores, los funcionarios, los policías, los soldados, y, en general, con todos aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, una entelequia que existe en la teoría, no en el mundo real.
Cuando el doctor Tharcisse se repone me explica que, después de las violaciones, la malaria es la causa principal de la mortandad. Muchos desplazados vienen de la altura, donde no hay mosquitos. Cuando bajan a estas tierras, sus organismos, que no han generado anticuerpos, son víctimas de las picaduras, y las fiebres palúdicas los diezman. También el cólera, la fiebre amarilla, las infecciones. "Son organismos débiles, desnutridos, sin defensas". Vivir día y noche en el corazón del horror no ha resecado el corazón de este congoleño. Es sensible, generoso y sufre con el piélago de desesperación que lo rodea. Desde la pequeña explanada de las afueras del hospital divisamos el horizonte de chozas donde se apiñan decenas de miles de refugiados condenados a una muerte lenta. "La medicina que todo el Congo necesita tomar es la tolerancia", murmura. Me estira la mano. No puede perder más tiempo. La lucha contra la barbarie no le da tregua. II - LOS PIGMEOS. Debo a los pigmeos de Kivu Norte haberme librado de caer en manos de las milicias rebeldes tutsis del general Laurent Nkunda la noche del 25 de octubre de 2008. Yo había llegado el día anterior a Goma, la capital de Kivu Norte, y mis amigos de Médicos Sin Fronteras, gracias a los cuales he podido hacer este viaje, me habían organizado un viaje a Rutshuru (a tres o cuatro horas de esta ciudad) para visitar un hospital construido y administrado por MSF, que presta servicios a una gran concentración de desplazados y víctimas de toda la zona. La víspera de la partida, mi hijo Gonzalo, que trabaja en el ACNUR, me telefoneó desde Nueva York para decirme que sus colegas en el Congo me tenían prevista, para la mañana siguiente, una visita a un campo de pigmeos desplazados en las afueras de Goma. Aplacé un día el viaje a Rutshuru y, por culpa del general Nkunda, que ocupó aquella noche ese lugar, ya no pude hacerlo.
Los pigmeos, pese a ser la más antigua etnia congoleña, son los parientes pobres de todas las demás, discriminados y maltratados por unas y por otras. Fieles al prejuicio tradicional contra el otro, el que es distinto, leyendas y habladurías malevolentes les atribuyen vicios, crueldades, perversiones, como a los gitanos en tantos países de Europa. Por eso, en una sociedad sin ley, corroída por la violencia, las luchas cainitas, las invasiones, la corrupción y las matanzas, los pigmeos son las víctimas de las víctimas, los que más sufren. Basta echarles una mirada para saberlo.
El campo de Hewa Bora (Aire Bello), a una decena de kilómetros de Goma, acaba de formarse. Está en un suelo pedregoso y volcánico, de tierra negra, y parece increíble que en lugar tan inhóspito las 675 personas que han llegado hasta aquí, hace un par de meses, desde Mushaki, huyendo de las milicias de Laurent Nkunda, hayan podido hacer algunos cultivos, de mandioca y arvejas. Nos reciben cantando y bailando a manera de bienvenida: pequeñitos, enclenques, arrugados, cubiertos de harapos, muchos de ellos descalzos, con niños que son puro ojos y huesos y las grandes barrigas que producen los parásitos. Su baile y su canto, tan tristes como sus caras, recuerdan las canciones de los Andes con que se despide a los muertos. Aunque con cierta dificultad, varios de los dirigentes hablan francés. (Es una de las pocas consecuencias positivas de la colonización: una lengua general que permite comunicarse a la gran mayoría de los congoleses, en un país donde los idiomas y dialectos regionales se cuentan por decenas).
Escaparon de Mushaki cuando las milicias rebeldes atacaron la aldea matando a varios vecinos. Piden plásticos, pues las chozas que han levantado -con varillas flexibles de bambú, atadas con lianas, de un metro de altura más o menos, sobre el suelo desnudo y con techos de hojas- se inundan con las lluvias, que acaban de comenzar. Piden medicinas, piden una escuela, piden comida, piden trabajo, piden seguridad, piden -sobre todo- agua. El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman. Las personas que me acompañan, del ACNUR y de Médicos Sin Fronteras, toman notas, piden precisiones, hacen cálculos. Después, conversando con ellos, comprobaré la sensación de impotencia que a veces los embarga. ¿Cómo hacer frente a las necesidades elementales de esta muchedumbre de víctimas? ¿Cuántos más morirán de inanición? La crisis financiera que sacude el planeta ha encogido todavía más los magros recursos con que cuentan.
En el campo de Bulengo, que visito luego del de Hewa Bora, veo las raciones de alimentos, mínimas, que distribuyen a los refugiados. Un voluntario de Unicef me dice, la voz traspasada: "Tal como van las cosas con la crisis, todavía tendremos que disminuirlas". Médicos, enfermeros y ayudantes de las organizaciones humanitarias son gentes jóvenes, idealistas, que hacen un trabajo difícil, en condiciones intolerables, a quienes la magnitud de la tragedia que tratan de aliviar por momentos los abruma. Lo que más los entristece es la indiferencia casi general, en el mundo de donde vienen, el de los países más ricos y poderosos de la Tierra, por la suerte del Congo. Nadie lo dice, pero muchos han llegado, en efecto, en Occidente a la conclusión de que los males del Congo no tienen remedio.
Bulengo fue en 1994 el campamento del Ejército ruandés hutu que invadió el Congo después de perpetrar la matanza de cientos de miles de tutsis en el vecino país. Ahora es el eje de un complejo de 16 campos de desplazados y refugiados que con ayuda de la Unión Europea y de las organizaciones humanitarias da refugio a unas trece mil personas. Éstas pertenecen a diferentes grupos étnicos que conviven aquí sin asperezas. Aunque Bulengo está mucho más asentado y organizado que el de Hewa Bora, la calidad de vida es ínfima. Las chozas y locales, muy precarios, están atestados y por doquier se advierte desnutrición, miseria, suciedad, desánimo. La nota de vida la ponen muchos niños, que juegan, correteándose. Varios de ellos son mutilados. Converso con un chiquillo de unos 10 o 12 años que, pese a tener una sola pierna, salta y brinca con mucha agilidad. Me cuenta que los soldados entraron a su aldea de noche, disparando, y que a él la bala lo alcanzó cuando huía. La herida se le gangrenó por falta de asistencia, y cuando su madre lo llevó a la Asistencia Pública, en Goma, tuvieron que amputársela.
En Bulengo hay 48 familias de pigmeos, que, aparte de las protestas que ya hemos oído en Hewa Bora, aquí se quejan de que la escuela es muy cara: cobran 500 francos congoleños mensuales por alumno. La educación pública es, en teoría, gratuita, pero, como los profesores no reciben salarios, han privatizado la enseñanza, una medida tácitamente aceptada por el Gobierno en todo el país. En muchos lugares son los padres de familia los que mantienen las escuelas -las construyen, las limpian, las protegen y aseguran un salario a los profesores-, pero aquí, en los campos de refugiados, todos son insolventes, de modo que si se ven obligados a pagar por los estudios, sus hijos dejarán de ir a la escuela o ésta se quedará sin maestros.
En el campo hay muchos desertores de las milicias rebeldes. Uno de ellos me cuenta su historia. Fue secuestrado en su pueblo con varios otros jóvenes de su edad cuando los hombres de Laurent Nkunda lo ocuparon. Les dieron instrucción militar, un uniforme y un arma. La disciplina era feroz. Entre los castigos figuraban los latigazos, las mutilaciones de miembros (manos, pies) y, en caso de delación o intento de fuga, la muerte a machetazos. Me confirmó que muchos soldados del Ejército congoleño vendían sus armas a los rebeldes. Se escapó una noche, harto de vivir con tanto miedo, y estuvo una semana en la jungla, alimentándose de yerbas, hasta llegar aquí. En su pueblo, donde era campesino, tenía mujer y cuatro hijos, de los que no ha vuelto a saber nada porque el pueblo ya no existe. Todos los vecinos huyeron o murieron. Le pregunto qué le gustaría hacer en la vida si las cosas mejoraran en el Congo, y me responde, después de cavilar un rato: "No lo sé". No es de extrañar. En Bulango, como en Hewa Bora y en los campos de desplazados de Minova, la actitud más frecuente en quienes están confinados allí, y pasan las horas del día tumbados en la tierra, sin moverse casi por la debilidad o la desesperanza, es la apatía, la pérdida del instinto vital. Ya no esperan nada, vegetan, repitiendo de manera mecánica sus quejas -plásticos, medicinas, agua, escuelas- cuando llegan visitantes, sabiendo muy bien que eso tampoco servirá para nada. Muchísimos de ellos están ya más muertos que vivos y, lo peor, lo saben. Los campos son indispensables, sin duda, pero sólo si funcionan como un tránsito para la reincorporación a la vida activa, con oportunidades y trabajo. Si no, quienes los pueblan están condenados a una existencia atroz, parásita, que los desmoraliza y anula. Y éste es quizás el más terrible espectáculo que ofrece el Congo oriental: el de decenas de miles de hombres y mujeres a los que la violencia y la miseria han reducido poco menos que a la condición de zombies.
III - EL GALIMATÍAS CONGOLEÑO. Y, sin embargo, se trata de un país muy rico, con minas de zinc, de cobre, de plata, de oro, del ahora codiciado coltán, con un enorme potencial agrícola, ganadero y agroindustrial. ¿Qué le hace falta para aprovechar sus incontables recursos? Cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad. Nada de ello existe ni existirá en el Congo por buen tiempo. Las guerras que lo sacuden han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño. Pero ni siquiera los grupos étnicos constituyen formaciones sólidas, muchos se han dividido y subdividido en facciones, buena parte de las cuales no son más que bandas armadas de forajidos que matan y secuestran para robar.
Con la hipocresia y la mediocridad que reina en todos lados, medios y politicos que nos quieren hacer creer que la guerra es la unica solucion posible, paises que reclaman el alto el fuego en Medio Oriente y al mismo tiempo basan sus economias en la fabricacion de armas y tienen politicas antiabortitas leer cronicas como las de Vargas Llosa nos sacuden de la estupidez cotidiana y traen algo de coherencia. Aunque no van a leer nada distinto de lo que leen habitualmente en este blog tomense diez minutos y reflexionen.
I - EL MÉDICO. "El problema número uno del Congo son las violaciones", dice el doctor Tharcisse. "Matan a más mujeres que el cólera, la fiebre amarilla y la malaria. Cada bando, facción, grupo rebelde, incluido el Ejército, donde encuentra una mujer procedente del enemigo, la viola. Mejor dicho, la violan. Dos, cinco, diez, los que sean. Aquí, el sexo no tiene nada que ver con el placer, sólo con el odio. Es una manera de humillar y desmoralizar al adversario. Aunque hay a veces violaciones de niños, el 99% de las víctimas de abuso sexual son mujeres. A los niños prefieren raptarlos para enseñarles a matar. Hay muchos miles de niños soldado por todo el Congo".
Estamos en el hospital de Minova, una aldea en la orilla occidental del lago Kivu, un rincón de gran belleza natural -había nenúfares de flores malvas en la playita en la que desembarcamos- y de indescriptibles horrores humanos. Según el doctor Tharcisse, director del centro, el terror que las violaciones han inoculado en las mujeres explica los desplazamientos frenéticos de poblaciones en todo el Congo oriental. "Apenas oyen un tiro o ven hombres armados salen despavoridas, con sus niños a cuestas, abandonando casas, animales, sembríos". El doctor es experto en el tema, Minova está cercada por campos que albergan decenas de miles de refugiados. "Las violaciones son todavía peor de lo que la palabra sugiere", dice bajando la voz. "A este consultorio llegan a diario mujeres, niñas, violadas con bastones, ramas, cuchillos, bayonetas. El terror colectivo es perfectamente explicable".
Ejemplos recientes. El más notable, una mujer de 87 años, violada por 10 hombres. Ha sobrevivido. Otra, de 69, estuprada por tres militares, tenía en la vagina un pedazo de sable. Lleva dos meses a su cuidado y sus heridas aún no cicatrizan. Casi se le va la voz cuando me cuenta de una chiquilla de 15 años a la que cinco "interahamwe" (milicia hutu que perpetró el genocidio de tutsis en Ruanda, en 1994, y luego huyó al Congo, donde ahora apoya al Ejército del Gobierno del presidente Kabila) raptaron y tuvieron en el bosque cinco meses, de mujer y esclava. Cuando la vieron embarazada la echaron. Ella volvió donde su familia, que la echó también porque no quería que naciera en la casa un "enemigo". Desde entonces vive en un refugio de mujeres y ha rechazado la propuesta de un pariente de matar a su futuro hijo para que así la familia pueda recibirla. La letanía de historias del doctor Tharcisse me produce un vértigo cuando me refiere el caso de una madre y sus dos hijas violadas hace pocos días en la misma aldea por un puñado de milicianos. La niña mayor, de 10 años, murió. La menor, de 5, ha sobrevivido, pero tiene las caderas aplastadas por el peso de sus violadores. El doctor Tharcisse rompe en llanto.
Es un hombre todavía joven, de familia humilde, que se costeó sus estudios de medicina trabajando como ayudante de un pesquero y en una oficina comercial en Kitangani. Lleva dos años sin ver a su familia, que está a miles de kilómetros, en Kinshasa. El hospital, de 50 camas y 8 enfermeras, moderno y bien equipado, recibe medicinas de Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, pero es insuficiente para la abrumadora demanda que tiene al doctor Tharcisse y a sus ayudantes trabajando 12 y hasta 14 horas diarias, 7 días por semana. Fue construido por Cáritas. La Iglesia católica y el Gobierno llegaron a un acuerdo para que formara parte de la Sanidad Pública. No se aceptan polígamos, ni homosexuales, ni se practican abortos. El salario del doctor Tharcisse es de 400 dólares al mes, lo que gana un médico adscrito a la Sanidad Pública. Pero como el Gobierno carece de medios para pagar a sus médicos, la medicina pública se ha discretamente privatizado en el Congo, y los hospitales, consultorios y centros de salud públicos en verdad no lo son, y sus doctores, enfermeros y administradores cobran a los pacientes. De este modo violan la ley, pero si no lo hicieran, se morirían de hambre. Lo mismo ocurre con los profesores, los funcionarios, los policías, los soldados, y, en general, con todos aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, una entelequia que existe en la teoría, no en el mundo real.
Cuando el doctor Tharcisse se repone me explica que, después de las violaciones, la malaria es la causa principal de la mortandad. Muchos desplazados vienen de la altura, donde no hay mosquitos. Cuando bajan a estas tierras, sus organismos, que no han generado anticuerpos, son víctimas de las picaduras, y las fiebres palúdicas los diezman. También el cólera, la fiebre amarilla, las infecciones. "Son organismos débiles, desnutridos, sin defensas". Vivir día y noche en el corazón del horror no ha resecado el corazón de este congoleño. Es sensible, generoso y sufre con el piélago de desesperación que lo rodea. Desde la pequeña explanada de las afueras del hospital divisamos el horizonte de chozas donde se apiñan decenas de miles de refugiados condenados a una muerte lenta. "La medicina que todo el Congo necesita tomar es la tolerancia", murmura. Me estira la mano. No puede perder más tiempo. La lucha contra la barbarie no le da tregua.
Los pigmeos, pese a ser la más antigua etnia congoleña, son los parientes pobres de todas las demás, discriminados y maltratados por unas y por otras. Fieles al prejuicio tradicional contra el otro, el que es distinto, leyendas y habladurías malevolentes les atribuyen vicios, crueldades, perversiones, como a los gitanos en tantos países de Europa. Por eso, en una sociedad sin ley, corroída por la violencia, las luchas cainitas, las invasiones, la corrupción y las matanzas, los pigmeos son las víctimas de las víctimas, los que más sufren. Basta echarles una mirada para saberlo.
El campo de Hewa Bora (Aire Bello), a una decena de kilómetros de Goma, acaba de formarse. Está en un suelo pedregoso y volcánico, de tierra negra, y parece increíble que en lugar tan inhóspito las 675 personas que han llegado hasta aquí, hace un par de meses, desde Mushaki, huyendo de las milicias de Laurent Nkunda, hayan podido hacer algunos cultivos, de mandioca y arvejas. Nos reciben cantando y bailando a manera de bienvenida: pequeñitos, enclenques, arrugados, cubiertos de harapos, muchos de ellos descalzos, con niños que son puro ojos y huesos y las grandes barrigas que producen los parásitos. Su baile y su canto, tan tristes como sus caras, recuerdan las canciones de los Andes con que se despide a los muertos. Aunque con cierta dificultad, varios de los dirigentes hablan francés. (Es una de las pocas consecuencias positivas de la colonización: una lengua general que permite comunicarse a la gran mayoría de los congoleses, en un país donde los idiomas y dialectos regionales se cuentan por decenas).
Escaparon de Mushaki cuando las milicias rebeldes atacaron la aldea matando a varios vecinos. Piden plásticos, pues las chozas que han levantado -con varillas flexibles de bambú, atadas con lianas, de un metro de altura más o menos, sobre el suelo desnudo y con techos de hojas- se inundan con las lluvias, que acaban de comenzar. Piden medicinas, piden una escuela, piden comida, piden trabajo, piden seguridad, piden -sobre todo- agua. El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman. Las personas que me acompañan, del ACNUR y de Médicos Sin Fronteras, toman notas, piden precisiones, hacen cálculos. Después, conversando con ellos, comprobaré la sensación de impotencia que a veces los embarga. ¿Cómo hacer frente a las necesidades elementales de esta muchedumbre de víctimas? ¿Cuántos más morirán de inanición? La crisis financiera que sacude el planeta ha encogido todavía más los magros recursos con que cuentan.
En el campo de Bulengo, que visito luego del de Hewa Bora, veo las raciones de alimentos, mínimas, que distribuyen a los refugiados. Un voluntario de Unicef me dice, la voz traspasada: "Tal como van las cosas con la crisis, todavía tendremos que disminuirlas". Médicos, enfermeros y ayudantes de las organizaciones humanitarias son gentes jóvenes, idealistas, que hacen un trabajo difícil, en condiciones intolerables, a quienes la magnitud de la tragedia que tratan de aliviar por momentos los abruma. Lo que más los entristece es la indiferencia casi general, en el mundo de donde vienen, el de los países más ricos y poderosos de la Tierra, por la suerte del Congo. Nadie lo dice, pero muchos han llegado, en efecto, en Occidente a la conclusión de que los males del Congo no tienen remedio.
Bulengo fue en 1994 el campamento del Ejército ruandés hutu que invadió el Congo después de perpetrar la matanza de cientos de miles de tutsis en el vecino país. Ahora es el eje de un complejo de 16 campos de desplazados y refugiados que con ayuda de la Unión Europea y de las organizaciones humanitarias da refugio a unas trece mil personas. Éstas pertenecen a diferentes grupos étnicos que conviven aquí sin asperezas. Aunque Bulengo está mucho más asentado y organizado que el de Hewa Bora, la calidad de vida es ínfima. Las chozas y locales, muy precarios, están atestados y por doquier se advierte desnutrición, miseria, suciedad, desánimo. La nota de vida la ponen muchos niños, que juegan, correteándose. Varios de ellos son mutilados. Converso con un chiquillo de unos 10 o 12 años que, pese a tener una sola pierna, salta y brinca con mucha agilidad. Me cuenta que los soldados entraron a su aldea de noche, disparando, y que a él la bala lo alcanzó cuando huía. La herida se le gangrenó por falta de asistencia, y cuando su madre lo llevó a la Asistencia Pública, en Goma, tuvieron que amputársela.
En Bulengo hay 48 familias de pigmeos, que, aparte de las protestas que ya hemos oído en Hewa Bora, aquí se quejan de que la escuela es muy cara: cobran 500 francos congoleños mensuales por alumno. La educación pública es, en teoría, gratuita, pero, como los profesores no reciben salarios, han privatizado la enseñanza, una medida tácitamente aceptada por el Gobierno en todo el país. En muchos lugares son los padres de familia los que mantienen las escuelas -las construyen, las limpian, las protegen y aseguran un salario a los profesores-, pero aquí, en los campos de refugiados, todos son insolventes, de modo que si se ven obligados a pagar por los estudios, sus hijos dejarán de ir a la escuela o ésta se quedará sin maestros.
En el campo hay muchos desertores de las milicias rebeldes. Uno de ellos me cuenta su historia. Fue secuestrado en su pueblo con varios otros jóvenes de su edad cuando los hombres de Laurent Nkunda lo ocuparon. Les dieron instrucción militar, un uniforme y un arma. La disciplina era feroz. Entre los castigos figuraban los latigazos, las mutilaciones de miembros (manos, pies) y, en caso de delación o intento de fuga, la muerte a machetazos. Me confirmó que muchos soldados del Ejército congoleño vendían sus armas a los rebeldes. Se escapó una noche, harto de vivir con tanto miedo, y estuvo una semana en la jungla, alimentándose de yerbas, hasta llegar aquí. En su pueblo, donde era campesino, tenía mujer y cuatro hijos, de los que no ha vuelto a saber nada porque el pueblo ya no existe. Todos los vecinos huyeron o murieron. Le pregunto qué le gustaría hacer en la vida si las cosas mejoraran en el Congo, y me responde, después de cavilar un rato: "No lo sé". No es de extrañar. En Bulango, como en Hewa Bora y en los campos de desplazados de Minova, la actitud más frecuente en quienes están confinados allí, y pasan las horas del día tumbados en la tierra, sin moverse casi por la debilidad o la desesperanza, es la apatía, la pérdida del instinto vital. Ya no esperan nada, vegetan, repitiendo de manera mecánica sus quejas -plásticos, medicinas, agua, escuelas- cuando llegan visitantes, sabiendo muy bien que eso tampoco servirá para nada. Muchísimos de ellos están ya más muertos que vivos y, lo peor, lo saben. Los campos son indispensables, sin duda, pero sólo si funcionan como un tránsito para la reincorporación a la vida activa, con oportunidades y trabajo. Si no, quienes los pueblan están condenados a una existencia atroz, parásita, que los desmoraliza y anula. Y éste es quizás el más terrible espectáculo que ofrece el Congo oriental: el de decenas de miles de hombres y mujeres a los que la violencia y la miseria han reducido poco menos que a la condición de zombies.
III - EL GALIMATÍAS CONGOLEÑO. Y, sin embargo, se trata de un país muy rico, con minas de zinc, de cobre, de plata, de oro, del ahora codiciado coltán, con un enorme potencial agrícola, ganadero y agroindustrial. ¿Qué le hace falta para aprovechar sus incontables recursos? Cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad. Nada de ello existe ni existirá en el Congo por buen tiempo. Las guerras que lo sacuden han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño. Pero ni siquiera los grupos étnicos constituyen formaciones sólidas, muchos se han dividido y subdividido en facciones, buena parte de las cuales no son más que bandas armadas de forajidos que matan y secuestran para robar.
Muchas minas están ahora en manos de esas bandas, milicias o del propio Ejército del Congo. Los minerales se extraen con trabajo esclavo de prisioneros que no reciben salarios y viven en condiciones inhumanas. Esos minerales vienen a llevárselos traficantes extranjeros, en avionetas y aviones clandestinos. Un funcionario de la ONU que conocí en Goma me aseguró: "Se equivoca si cree que el caos del Congo está en la tierra. Lo que ocurre en el aire es todavía peor". Porque tampoco en las alturas hay ley o reglamento que se respete. Como la mayoría de vuelos son ilegales, el número de accidentes aéreos, el más alto del mundo, es terrorífico: 56 entre julio de 2007 y julio de 2008. Por esa razón ninguna compañía aérea congoleña es admitida en los aeropuertos de Europa.
Como el principal recurso del país, el minero, se lo reparten los traficantes y los militares, el Estado congoleño carece de recursos, y esto generaliza la corrupción. Los funcionarios se valen de toda clase de tráficos para sobrevivir. Militares y policías tienden árboles en los caminos y cobran imaginarios peajes. A Juan Carlos Tomasi, el fotógrafo que nos acompaña, cada vez que saca sus cámaras alguien viene con la mano estirada a cobrarle un fantástico "derecho a la imagen". (Pero él es un experto en estas lides y discute y argumenta sin dejarse chantajear). Para viajar de Kinshasa a Goma debemos, antes de trepar al avión, desfilar por cinco mesas, alineadas una junto a la otra, donde se expenden ¡visas para viajar dentro del país!
No es verdad que la comunidad internacional no haya intervenido en el Congo. La Misión de las Naciones Unidas en el Congo (MONUC) es la más importante operación que haya emprendido nunca la organización internacional. La Fuerza de Paz de la ONU en el Congo cuenta con 17.000 soldados, de un abanico de nacionalidades, y unos 1.500 civiles. Sólo en Goma hay militares de Uruguay, India, África del Sur y Malaui. Visité el campamento del batallón uruguayo y conversé con su jefe, el amable coronel Gaspar Barrabino, y varios oficiales de su Estado Mayor. Todos ellos tenían un conocimiento serio de la enrevesada problemática del país. La inoperancia de que son acusados se debe, en realidad, a las limitaciones, a primera vista incomprensibles, que las propias Naciones Unidas han impuesto a su trabajo.
Las milicias de Laurent Nkunda, luego de capturar Rutshuru, comenzaron a avanzar hacia Goma, donde el Ejército congoleño huyó en desbandada. La población de la capital de Kivu Norte, entonces, enfurecida, fue a apedrear los campamentos de la Fuerza de Paz de la ONU (y, de paso, los locales y vehículos de las organizaciones humanitarias), acusándolos de cruzarse de brazos y de dejar inerme a la población civil ante los milicianos.
Pero el coronel Barrabino me explicó que la Fuerza de Paz, creada en 1999, según prescripciones estrictas del Consejo de Seguridad, está en el Congo para vigilar que se cumplan los acuerdos firmados en Lusaka que ponían fin a las hostilidades entre las distintas fuerzas rivales, y con prohibición expresa de intervenir en lo que se consideran luchas internas congoleñas. Esta disposición condena a las fuerzas militares de la ONU a la impotencia, salvo en el caso de ser atacadas. Sería muy distinto si el mandato recibido por la Fuerza de Paz consistiera en asegurar el cumplimiento de aquellos acuerdos utilizando, en caso extremo, la propia fuerza contra quienes los incumplen. Pero, por razones no del todo incomprensibles, el Consejo de Seguridad ha optado por esta bizantina fórmula, una manera diplomática de no tomar partido en semejante conflicto, un galimatías, en efecto, en el que es difícil, por decir lo menos, establecer claramente a quién asiste la justicia y la razón y a quién no. No tengo la menor simpatía por el rebelde Laurent Nkunda, y probablemente es falso que la razón de ser de su rebeldía sea sólo la defensa de los tutsis congoleños, para quienes los hutus ruandeses, armados y asociados con el Gobierno, constituyen una amenaza potencial. Pero ¿representan las Fuerzas Armadas del presidente Kabila una alternativa más respetable? La gente común y corriente les tiene tanto o más miedo que a las bandas de milicianos y rebeldes, porque los soldados del Gobierno los atracan, violan, secuestran y matan, al igual que las facciones rebeldes y los invasores extranjeros. Tomar partido por cualquiera de estos adversarios es privilegiar una injusticia sobre otra. Y lo mismo se podría decir de casi todas las oposiciones, rivalidades y banderías por las que se entrematan los congoleños. Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: "¡Ah, el horror! ¡El horror!"
IV - LOS POETAS. Y sin embargo, pese a ese entorno, conocí a muchos congoleños que, sin dejarse abatir por circunstancias tan adversas, resistían el horror, como el doctor Tharcisse, en Minova. Placide Clement Mananga, en Boma, que recoge y guarda todos los papeles y documentos viejos que encuentra para que la amnesia histórica no se apodere de su ciudad natal (él sabe que el olvido puede ser una forma de barbarie). O Émile Zola, el director del Museo de Kinshasa, combatiendo contra las termitas para que no devoren el patrimonio etnológico allí reunido. A esta estirpe de congoleños valerosos, que luchan por un Congo civilizado y moderno, pertenecen los Poétes du Renouveau (Poetas de la Renovación), de Lwemba, un distrito popular de Kinshasa. Son cerca de una treintena, una mujer entre ellos, y aunque todos escriben poesía, algunos son también dramaturgos, cuentistas y periodistas.
Además del francés, la colonización belga dejó asimismo a los congoleses la religión católica. En el país hay también protestantes -vi iglesias evangélicas de todas las denominaciones-, musulmanes -en la región oriental- y varias religiones autóctonas, la mayor de las cuales es el kimbanguismo, así llamada por su fundador, Simon Kimbangu, enraizada sobre todo en el Bajo Congo. Pero, pese a la hostilidad que desencadenó contra ella el dictador Mobutu, a quien hizo oposición, la católica parece, de lejos, la más extendida e influyente. Iglesias y centros católicos son los focos principales de la vida cultural del país.
Los Poétes du Renouveau se reúnen en la iglesia de San Agustín, donde tienen una pequeña biblioteca, una imprenta y una amplia sala para recitales y charlas. Publican desde hace algunos años unas ediciones populares de poesía que venden a precio de coste y a veces regalan. Empeñados en que la poesía llegue a todo el mundo, se desplazan a menudo a dar recitales y conferencias literarias por toda la región. Asisto a un interesante encuentro, de varias horas, en el que discuten temas literarios y políticos. El francés que escriben y hablan los congoleños es cálido, cadencioso, demorado y, a ratos, tropical. Haciendo de diablo predicador, provoco una discusión sobre la colonización belga: ¿qué de bueno y de malo dejó? Para mi sorpresa, en lugar de la cerrada (y merecida) condena que esperaba oír, todos los que hablan, menos uno, aunque sin olvidar las terribles crueldades, la explotación y el saqueo de las riquezas, la discriminación y los prejuicios de que fueron víctimas los nativos, hacen análisis moderados, situando todo lo negativo en un contexto de época que, si no excusa los crímenes y excesos, los explica. Uno de ellos afirma: "El colonialismo es una etapa histórica por la que han pasado casi todos los países del mundo". Lo refuta otro, que lanza una durísima requisitoria contra lo ocurrido en el Congo durante el casi siglo y medio de dominio belga. Le responde un joven que se presenta como "teólogo y poeta" con una única pregunta: "¿Y qué hemos hecho nosotros, los congoleños, con nuestro país desde que en 1960 nos independizamos de los belgas?".
Mario Vargas Llosa
Fotos Juan Carlos Tomassi.
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10.1.09
Viernes
Viernes por la tarde.
Un cielo gris plomizo y una lluvia incesante confirmaron que serian muy pocos los pacientes esa tarde.
A ultima hora de la tarde, Venny, la persona encargada del archivo me alcanzo el cuaderno del ultimo paciente del día, G.B. , quien había decidido realizarse el test esa misma tarde y luego de confirmar su status seropositivo decidió enrolarse en el programa de HIV del hospital de Kapiri Mposhi. Hablamos un rato, comentamos formas de transmisión de la enfermedad, el tratar de encarar la vida de forma positiva, hicimos el examen físico y planeamos una nueva visita para ver los resultados del laboratorio. Al final del día empecé a ordenar los cuadernos de los pacientes y me di cuenta que el numero del archivo de G.B. era el 11.000. Mas de 11.000 pacientes enrolados y en tratamiento en el Hospital de Kapiri. Mas de 11.000 historias con un montón de cosas que contar.
Camino a casa pensé cuantas de esas 11.000 historias habrán encontrado sentido en el dolor, en el sufrimiento o en la enfermedad misma. Puede ser que una enfermedad sumado a unas condiciones de vida miserables den sentido a una vida? Definitivamente el sufrimiento tiene que tener un papel en la existencia del hombre pero como dignificar ese sufrimiento cuando no hay que comer, tus hijos se mueren de malaria y todo a tu alrededor es una mierda.
A veces pienso que en este tipo de contexto la profesión medica esta lejos de ser un paradigma de éxito.
Un cielo gris plomizo y una lluvia incesante confirmaron que serian muy pocos los pacientes esa tarde.
A ultima hora de la tarde, Venny, la persona encargada del archivo me alcanzo el cuaderno del ultimo paciente del día, G.B. , quien había decidido realizarse el test esa misma tarde y luego de confirmar su status seropositivo decidió enrolarse en el programa de HIV del hospital de Kapiri Mposhi. Hablamos un rato, comentamos formas de transmisión de la enfermedad, el tratar de encarar la vida de forma positiva, hicimos el examen físico y planeamos una nueva visita para ver los resultados del laboratorio. Al final del día empecé a ordenar los cuadernos de los pacientes y me di cuenta que el numero del archivo de G.B. era el 11.000. Mas de 11.000 pacientes enrolados y en tratamiento en el Hospital de Kapiri. Mas de 11.000 historias con un montón de cosas que contar.
Camino a casa pensé cuantas de esas 11.000 historias habrán encontrado sentido en el dolor, en el sufrimiento o en la enfermedad misma. Puede ser que una enfermedad sumado a unas condiciones de vida miserables den sentido a una vida? Definitivamente el sufrimiento tiene que tener un papel en la existencia del hombre pero como dignificar ese sufrimiento cuando no hay que comer, tus hijos se mueren de malaria y todo a tu alrededor es una mierda.
A veces pienso que en este tipo de contexto la profesión medica esta lejos de ser un paradigma de éxito.
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8.1.09
The way out
Las primera imagen de esta convergencia es la portada de la revista Time mostrando la agonía de Beirut después del bombardeo israelí y la segunda es el afiche de promoción de la película de Polanski acerca del sufrimiento del pianista judío a manos de los nazis, esta convergencia la postee hace un tiempo y me parece que esta mas vigente que nunca. Esta tarde busque alguna imagen que muestre las secuelas de los cohetes de Hamas pero no la encontré. Bueno nada, mucho se escribe y mucho se debate pero que estamos todos de acuerdo que ningún conflicto, territorial, social o religioso, puede ser resuelto por la vía militar. Ninguno.
Nadie puede justificar el asesinato de civiles inocentes. No se bombardean poblaciones civiles y ni se impiden corredores humanitarios. La palabra daño colateral me duele, me duele mucho. No hay argumento que justifique el bombardeo israelí o los cohetes de Hamas. Estos dos pueblos deben entender y exigir el diálogo y si siguen sin entenderse los países centrales deberían dejarse de hipocresias y atacar el comercio de las armas. Es el camino más difícil, y el más largo, pero no hay otra salida.
Tal vez no es el momento ni el lugar, pero saben que solamente en Zambia mueren por ano mas de 60.000 menores de 5 anos por causa de la malaria. Alguien lo leyó en algún lado o lo vio en la tele?
La malaria se puede prevenir y se trata solamente con píldoras.
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5.1.09
Haiku para un lunes
“Así es la vida;
caer siete veces
y levantarse ocho”.
Fragmentos de un discurso amoroso
Roland Barthes, Bs.As., Siglo XXI.
caer siete veces
y levantarse ocho”.
Fragmentos de un discurso amoroso
Roland Barthes, Bs.As., Siglo XXI.
3.1.09
Sabado
Después de unos cuantos días, mucha lluvia y una gran somnolencia en Kapiri Mposhi por fin volvió la corriente eléctrica y con ella la conexión a Internet y al mundo. Leo en algunos periódicos que mientras en muchas partes del mundo se celebraban las fiestas en otras se tiraban algunas bombas. Sidra, bombas y más de 400 muertos, así fue como despedimos el año.
UNO. En Kapiri Mposhi no hubo festejos, solo algunos bares estuvieron abiertos hasta un poco más tarde pero nada más. A veces la distancia hace ver algunas cosas con perspectiva y uno puede darse el lujo de hacerse unas cuantas preguntas. Lo primero que uno puede preguntarse es porque todavía rendimos culto a una serie de sucesos palestinos que ocurrieron hace más de 2000 años y que un conjunto de personas o sacerdotes se encargaron de perpetuar a fuego y espada, imponiendo ideas, conceptos , incluso hasta al propio Estado, y de esa forma condicionar la vida de millones de personas a lo largo de los siglos.
¿?
DOS. Hace casi tres años que vivo y trabajo en África y no recuerdo un africano que no pertenezca a alguna Iglesia de la naturaleza que fuera, ni uno que al menos ponga un signo de interrogación a todo lo que le dicen en ella. En uno de los últimos post una buena lectora de este blog dejo un comentario en el que hablaba de que en las trincheras no hay ateos y tiene razón ya que si la única opción es la vida o la muerte, el miedo o el dolor o sin ir más lejos el sinsentido, se convence a las personas de que las cosas no se pueden cambiar y entonces ocurre la aceptación de un discurso o una creencia sin siquiera discutirla o cuestionarla. La idea que quiero expresar, quizás sin mucha claridad, es que al menos habría que dudar de cualquier creencia religiosa, dogma o ideología, tanto de izquierda o derecha o de cualquier tipo de discurso que se quiera instrumentar sin discusión, sin debate o que peor aún se trate de imponerse a la fuerza o que necesite de intermediarios que digan que esta bien o mal, que nos traten de explicar como debemos vivir o que quieran condicionar nuestra vida.
TRES. Y ya que hablábamos de un bebé que nació de una madre virgen en algún paraje palestino hace más de 2000 años en el que hace unos días medio mundo le celebró el cumpleaños también debemos decir que los más de 400 muertos, más de 100 de ellos civiles en su mayoría niños según la ONU, también eran palestinos. Una vez más el cinismo se perpetúa a través del tiempo y de las fronteras. Los terroristas de Hamas tiran algunos cohetes pero ese es justificativo suficiente para bombardear ciudades enteras sitiadas hace meses desde un avión, con uniforme oficial de manera sistemática para tratar de matar al terrorista y de paso a toda su familia por si las dudas. No entiendo como un pueblo como el judío, con experiencia histórica en persecuciones no haya aprendido los problemas no se arreglan con la muerte o el odio. Los que toman las decisiones de tirar bombas alguna vez pensaron que diferencia hay entre mandar un grupo de chicos a la cámara de gas o tirar una bomba en una escuela. Las armas, las muertes heroicas en nombre de dogmas o religiones, las guerras por estúpidas fronteras y las muertes sin sentido me rompen soberanamente los huevos.
Lo ultimo que hice en el hospital el 31 de diciembre fue pasar por la sala de pediatría a saludar a los chicos y a las madres, la mitad casi ni entendía de lo que le hablaba pero esa noche brinde por la gente que quiero, mis amigos, mi familia pero especialmente por todos los chicos internados en esa sala. Brinde para que por favor no sean como nosotros.
UNO. En Kapiri Mposhi no hubo festejos, solo algunos bares estuvieron abiertos hasta un poco más tarde pero nada más. A veces la distancia hace ver algunas cosas con perspectiva y uno puede darse el lujo de hacerse unas cuantas preguntas. Lo primero que uno puede preguntarse es porque todavía rendimos culto a una serie de sucesos palestinos que ocurrieron hace más de 2000 años y que un conjunto de personas o sacerdotes se encargaron de perpetuar a fuego y espada, imponiendo ideas, conceptos , incluso hasta al propio Estado, y de esa forma condicionar la vida de millones de personas a lo largo de los siglos.
¿?
DOS. Hace casi tres años que vivo y trabajo en África y no recuerdo un africano que no pertenezca a alguna Iglesia de la naturaleza que fuera, ni uno que al menos ponga un signo de interrogación a todo lo que le dicen en ella. En uno de los últimos post una buena lectora de este blog dejo un comentario en el que hablaba de que en las trincheras no hay ateos y tiene razón ya que si la única opción es la vida o la muerte, el miedo o el dolor o sin ir más lejos el sinsentido, se convence a las personas de que las cosas no se pueden cambiar y entonces ocurre la aceptación de un discurso o una creencia sin siquiera discutirla o cuestionarla. La idea que quiero expresar, quizás sin mucha claridad, es que al menos habría que dudar de cualquier creencia religiosa, dogma o ideología, tanto de izquierda o derecha o de cualquier tipo de discurso que se quiera instrumentar sin discusión, sin debate o que peor aún se trate de imponerse a la fuerza o que necesite de intermediarios que digan que esta bien o mal, que nos traten de explicar como debemos vivir o que quieran condicionar nuestra vida.
TRES. Y ya que hablábamos de un bebé que nació de una madre virgen en algún paraje palestino hace más de 2000 años en el que hace unos días medio mundo le celebró el cumpleaños también debemos decir que los más de 400 muertos, más de 100 de ellos civiles en su mayoría niños según la ONU, también eran palestinos. Una vez más el cinismo se perpetúa a través del tiempo y de las fronteras. Los terroristas de Hamas tiran algunos cohetes pero ese es justificativo suficiente para bombardear ciudades enteras sitiadas hace meses desde un avión, con uniforme oficial de manera sistemática para tratar de matar al terrorista y de paso a toda su familia por si las dudas. No entiendo como un pueblo como el judío, con experiencia histórica en persecuciones no haya aprendido los problemas no se arreglan con la muerte o el odio. Los que toman las decisiones de tirar bombas alguna vez pensaron que diferencia hay entre mandar un grupo de chicos a la cámara de gas o tirar una bomba en una escuela. Las armas, las muertes heroicas en nombre de dogmas o religiones, las guerras por estúpidas fronteras y las muertes sin sentido me rompen soberanamente los huevos.
Lo ultimo que hice en el hospital el 31 de diciembre fue pasar por la sala de pediatría a saludar a los chicos y a las madres, la mitad casi ni entendía de lo que le hablaba pero esa noche brinde por la gente que quiero, mis amigos, mi familia pero especialmente por todos los chicos internados en esa sala. Brinde para que por favor no sean como nosotros.
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