Ignacio Elías lleva una sombra pegada al cuerpo que
le ayuda a descubrir almejas. La sombra señala alargándose sobre la
arena mojada; las dedos escarban, guardan el trofeo en una lata. Podría
ser lo contrario: una sombra con un hombre adherido que se despega. La
playa está rizada, de marea baja. Debe oler a sal. Ignacio busca almejas
pero podría rastrear perlas, sueños enterrados. Desde fuera no se sabe
lo que desea un hombre-sombra callado. Podría ser un pájaro de tierra
que lejos de aterrizar se prepara para volar. O un hombre-isla
abandonado, una isla, un naúfrago.
Más del 50% de los 23 millones de habitantes de Mozambique
vive por debajo del umbral de la pobreza; un 21% carece de trabajo. No
parece un buen sitio para construir castillos en el aire. El
descubrimiento de yacimientos de carbón y gas pueden ayudar a cambiar
una economía lastrada por décadas de guerra civil, cambiar las
estadísticas, los grandes números. Una riqueza súbita en un país con
tanta corrupción institucional no mejorará la vida a los mozambiqueños,
un pueblo rico en palabras inventadas, como las que pueblan Tierra sonámbula y El último vuelo del pelícano de Mia Couto.
La situación política y la pobreza dificultan los controles sobre el Gobierno y las empresas multinacionales, según denuncia Transparency International. Donde los controles son laxos, hay negocio al por mayor, pelotazo. Nadie pregunta, nadie investiga. Nadie recuerda.