25.6.12

El rastreador de Maputo



Ignacio Elías lleva una sombra pegada al cuerpo que le ayuda a descubrir almejas. La sombra señala alargándose sobre la arena mojada; las dedos escarban, guardan el trofeo en una lata. Podría ser lo contrario: una sombra con un hombre adherido que se despega. La playa está rizada, de marea baja. Debe oler a sal. Ignacio busca almejas pero podría rastrear perlas, sueños enterrados. Desde fuera no se sabe lo que desea un hombre-sombra callado. Podría ser un pájaro de tierra que lejos de aterrizar se prepara para volar. O un hombre-isla abandonado, una isla, un naúfrago.
Más del 50% de los 23 millones de habitantes de Mozambique vive por debajo del umbral de la pobreza; un 21% carece de trabajo. No parece un buen sitio para construir castillos en el aire. El descubrimiento de yacimientos de carbón y gas pueden ayudar a cambiar una economía lastrada por décadas de guerra civil, cambiar las estadísticas, los grandes números. Una riqueza súbita en un país con tanta corrupción institucional no mejorará la vida a los mozambiqueños, un pueblo rico en palabras inventadas, como las que pueblan Tierra sonámbula y El último vuelo del pelícano de Mia Couto.
La situación política y la pobreza dificultan los controles sobre el Gobierno y las empresas multinacionales, según denuncia Transparency International. Donde los controles son laxos, hay negocio al por mayor, pelotazo. Nadie pregunta, nadie investiga. Nadie recuerda.