1.12.06
¿Por quién doblan las campanas?
¿Desde donde mira este hombre?.¿Desde la antigüedad o desde 2006?. ¿Y a quien mira? ¿A la cámara?, ¿Al mundo?, ¿A Dios?, ¿A uno?, ¿A nadie? Esta mirada tiene historia. Estos ojos ya vieron televisión. Este hombre ya escuchó radio. Este hombre ya sabe como rueda el mundo. (y que existen muchos mundos). Su mirada pregunta. A quien sea. Del continente que sea. No puede cerrar los ojos ni para dormir. En encontrar una respuesta le va la vida. Acaba de llegar del Sahara profundo después de travesía propia de un cristo. Junto con 67 jovenes subsaharianos acaban de llegar a las playas de Los Cristianos (sic) de Tenerife (Islas Canarias). Llegaron buscando lo mismo que Cristóbal Colón y sus marinos tras su magna aventura: alimento, tierra, agua. Este joven acometió aventura igual. Para evitar morir de hambre se arriesgó a morir ahogado. Su patética aventura es hoy asunto diario. En lo que va de 2006 solo en las Canarias arribaron en pateras 22.000 africanos. Algunos muertos, otros en agonía. Que hayan llegado no significa mucho. El verbo que los recibe es refinado y cruel. Europa los ha “interceptado”. El drama de este joven es doble. Y lo sabe.
Durante siglos, miles de filibusteros, saquedadores enviados por la hez de los reinos de occidente, estragaron, robaron, mataron y llevaron a la esclavitud a millones de africanos que vivían su vida natural y distinta. De esos abuelos mártires hay un relámpago en la mirada del joven que nos mira y pregunta en esta foto. No puede dormir. Mantiene clavada su cara ante la puerta de Europa y mira. Le han dicho en la aldea que hay un paraíso en el norte del mundo. Que Europa es una alacena repleta. Que sobra tal montaña de alimentos que terminan echados a las panzas de los cerdos. Esta fantasía es la que parece llevar grabada invisible en los ojos y preguntarse en silencio ¿por qué?. El hambre le rastrilla las tripas. ¿Por qué? En su aldea la hambruna es costumbre.¿Por qué? Acaban de cruzar el desierto del Sahara y el Atlántico y ahora los quieren devolver al infierno ¿por qué?
Seguro: esta mirada no puede resultarle cómoda a nadie. Es optativa. Y también opinable el enfoque ante estos ojos desolados que recién se asoman a los bordes de España. Está en cada lector pensar en ellos o seguir camino hacia las historietas del costado de esta página. La vida del mundo (o del propio país) suele presentarnos novedades así. Existen millones de seres hundidos en calvarios que duran una vida. Muy lejos nuestro. Y también muy cerca. Estos refugiados pertenecen primero a la especie, luego al continente y después a la etnia o país que sea. Los que vemos a diario en nuestra calles, también. Su historia personal y mínima es a la vez colectiva y máxima. No de fácil resolución a pesar de toda la buena onda que como individuos le pongamos. Pero sí de ayuda concreta (y factible) si se la encara desde grupos de ciudadanos unidos para este preciso fin. Peticionar sin parar. Manifestar a fondo. Exigir que los poderes de turno se ocupen de las prioridades humanas que con tanta hipocresía (y de modo anticonstitucional), ningunean y echan al olvido total.
De no hacerlo así quienes están dotados de espíritu y voluntad para salir en defensa del prójimo, cada día más hombres y mujeres del planeta irán sumando sus ojos huérfanos para observarnos con una mirada como ésta. ¿Somos responsables de la biografía y peripecia que se esconden detrás de estos ojos que tiran al rojo, al ruego, a la rabia? Esta respuesta es de índole estrictamente privada. Que cada cual se la ponga o se la saque. John Donne decía que no había que preguntar por qué doblan las campanas cuando lo hacen con la pausa del duelo. “La muerte de cada ser te pertenece. Están doblando por ti” aclaraba en su glorioso verso final. ¿La mirada de cada ser nos pertenece?
E. Peicovich.
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