19.8.07

El reino del azar

Hace unos días leí una reseña del nuevo libro de Alberto Maguel, “Biblioteca de noche” donde el autor reflexiona sobre las extrañas peripecias sobre los libros que pueblan estantes y repisas sujetos al orden o al caos. El autor afirma que una biblioteca no es sólo un lugar de orden y de caos; es también el reino del azar. Los libros, aun después de tener asignado un estante y un número, conservan una movilidad propia. Abandonados a sus propios recursos, se reunen formando agrupaciones inesperadas obedeciendo a reglas secretas de similitud, genealogías nunca registradas o intereses y temas comunes. Recuerdo (mejor aún extraño) mi biblioteca, la disposición de los libros, las fotos, los recuerdos de los viajes, también recuerdo las numerosas veces que trate de poner cierto orden en mi biblioteca, ordene mis libros por temas, por color, por tamaño, por genero literario pero de lo que sí estoy seguro es que nunca pude sacar la mugre de mi biblioteca, siempre llena de polvo y papeles. Al mismo tiempo que ordeno mis libros siempre releo frases (suelo marcar en los libros las frases que me llaman la atención o al menos que me perturban), prólogos y dedicatorias tanto de la persona que te regala el libro o del autor que escribió la obra. Mis padres son muy buenos dedicando libros, creo que siempre usan las palabras exactas y hasta la letra les sale bien, todo lo contrario que me pasa a mi, que cuando dedico un libro pienso horas que escribir, cuando lo escribo generalmente la lapicera se queda sin tinta y al momento exacto de terminar la frase ya dejo de gustarme y además nunca me gusta como queda mi letra, me parece que arruina el libro. Leyendo el blog lado B encontré un original post que habla justamente de dedicatorias famosas. La dedicatoria de un libro es probablemente la forma más sublime de honrar a una persona. Es decirle a alguien: “Te agradezco por alentarme, por ser mi amigo, por parecerte a mí o por ser el amor de mi vida”. Marguerite Yourcenar, explicando los motivos por los que no había dedicado a nadie sus Memorias de Adriano, dijo que para ella era una suerte de indecencia colocar una dedicatoria personal al frente de un libro en el que pretendía pasar inadvertida. Sin embargo, sostuvo que siempre existirá un compañero, un cómplice, siquiera en el trasfondo, en la aventura de un libro bien llevado o en la vida de un escritor.
Es todo un misterio que novelas tan monumentales como Luz de agosto o Ulises carezcan de un agradecimiento. Por ejemplo, ¿por qué Hemingway no dedicó Adiós a las armas a su enfermera Agnes von Kurowsky? La dedicatoria en ese caso era tan obvia como la que colocó García Márquez al inicio de El general en su laberinto: “Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro”.
El internauta sostiene que los latinoamericanos se distinguen claramente como los grandes “dedicadores” de la literatura. Una genial dedicatoria que he leído la escribió Alfredo Bryce en La última mudanza de Felipe Carrillo: “A Luis León Rupp, a quien siempre recibo en mi casa con una etiqueta negra en el whisky y el corazón en la mano”. Otra de Bryce que me parece estupenda está en La vida exagerada de Martín Romaña: “A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más”. La última que cito de Bryce se encuentra en Permiso para vivir: “Dijo el sabio Borges, que más sabía por viejo y sabía más todavía por diablo: ‘Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más gracioso y sensible de pronunciar un nombre’. Dicho lo cual, pronuncio muy graciosa y sensiblemente tu nombre, Pilar de Vega”.
Borges tiene una dedicatoria excelente en El hacedor. Se trata de un homenaje a Leopoldo Lugones: “Mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos, y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo he traído este libro y que usted lo ha aceptado”.
Estas dedicatorias tampoco están nada mal:
Ernesto Sábato en El túnel: “A la amistad de Rogelio Frigeiro, que ha resistido todas las vicisitudes de las ideas”.
Juan Carlos Onetti en Juntacadáveres: “Para Susana Soca: por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido”.
Mario Vargas Llosa en Conversación en La Catedral: “A Luis Loayza, el borgiano de Petit Thouars, y a Abelardo Oquendo, el Delfín, con todo el cariño del sartrecillo valiente, su hermano de entonces y de todavía”.
Nuevamente Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo: “A Euclides da Cunha en el otro mundo, y en este mundo, a Nélida Piñon”.
Gesualdo Bufalino en Perorata del apestado: “A quien lo sabe”.
Antonio Muñoz Molina en Plenilunio: “Para Elvira, que tenía tantas ganas de leer este libro”.
Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarte: “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”.
Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres: “A Miriam, a quien este libro debe mucho más de lo que parece”.
Cyrill Collard en Las noches salvajes: “A mis hijos que, sin duda, jamás nacerán”.
Tom Sharpe en Wilt: “A Carne Uno”.
García Márquez tiene una dedicatoria fulminante en El amor en los tiempos del cólera: “A Mercedes, por supuesto”.
Termino este post con una frase genial de Juan José Arreola escrita en Palindroma: “La dedicatoria se suprime a petición de parte”.

Pd: La más sincera: “A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más”.

Y la que provoca más envidia: “Para Susana Roca: por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido”.