10.3.08

Ogaden.

Creo que mi viaje comenzó en mi departamento en Buenos Aires el día que acepté el trabajo que me ofrecieron desde Barcelona y sigue aquí, en Daghaxbuur, en el desierto de Ogaden, en este pueblo ubicado en el extremo este de Etiopía. Hace una semana que estoy aquí en medio de un desierto que se extiende por innumerables kilómetros cuadrados desde Djibuti pasando por Kenia y terminado en Somalia y este desierto parece recordar todo lo que ha pasado, que recuerda y que seguro termina destruyendo todo lo que pasa.

Desconozco si el desierto de Ogaden me marcará o tendrá algún secreto acerca de lo que el destino ha escogido para mí pero es raro que alguien busque algo en un desierto. Uno quiere ver árboles, mar, inmensos bosques o hasta una pequeña casita sobre un lago con un marco majestuoso de montañas. Comprendo que hay gente que pueda desarrollar una vida en un lugar árido, casi sin vegetación ni vida animal, pero esto es una simple compresión intelectual, es algo que mis entrañas no logran comprender o simplemente el prejuicio contra los desiertos en general esta muy arraigado en mí.

De algo estoy seguro; un desierto da mucho miedo, que encuentra alguien de atractivo en un sitio aislado? Nada, solo soledad y una violenta introspección que nos refleja un lugar desprovisto de todo o tal vez una verdad acerca de uno mismo que no puede revelarse en otro sitio que bajo un sol despiadado y brutal. O mejor aún un desierto de miedo por una simple razón: no hay lugar donde esconderse.

El desierto, un lugar de muerte y duras pruebas, un lugar que pienso, se debería evitar.

No exagero.