A eso del mediodía M. entró en el consultorio con sus hijos, se acomodo sin muchos rodeos y me dijo que venía para ver sus resultados de los análisis y los de sus hijos. Pensé por un minuto en la frase y sentí que ella misma fue la que decidió el momento exacto de conocer su status seropositvo y el de sus hijos. Los labios de la mujer temblaban. Hablamos o hable de los resultados y traté de poner en palabras simples cosas complicadas.
Silencio.
La miro a ella y a sus hijos sin verlos y por instante me dejo llevar por algo, pensé por un momento como ella les explicaría a sus hijos cuando empiecen a hacer preguntas y por un momento sentí que no tenía nada que hacer ahí, ese momento era suyo y de sus hijos. Cruzamos una mirada y hablamos del futuro, de un futuro que dice que ella y sus hijos tomarán antiretrovirales por el resto de su vida. M. estaba ahí escuchándome hablar sin estar, entonces ella y sus hijos se levantaron y a paso apurado se fueron sabiendo pero tal vez sin comprender, claro, como hacer para comprender algunas cosas en determinados momentos. Yo me quede quieto por un rato y después me dije a mi mismo que es mejor no subestimar a la gente, prefiero pensar como el viejo Borges, cuando escribió que mientras Cruz combatía la oscuridad, empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro.