19.8.08

Martes

M. tuberculosis

Tratare simplemente de describir los hechos.

Atravesé la puerta de la sala femenina, como casi siempre, no demasiado seguro de lo que iba a hacer o decir, cuando vi esos ojos negros sumisos. Me acerque a su cama, ella trataba de tranquilizar a su hijo que lloraba. La mujer hablaba un idioma que no comprendía, no parecía bemba y buscamos alguien que traduzca. Ella preguntó si se iba a morir pronto o algo parecido y yo respondí con frases hechas, lugares comunes y algunas estupideces acerca del tratamiento de la tuberculosis. La observé detenidamente y por momentos creí que era de ese tipo de pacientes que llevan la agonía de una forma muy lúcida, ese periodo de tiempo durante el cual es casi imposible entender otra cosa que verdades absolutas que se mantendrán en el tiempo. No se dejaba engañar.
La tuberculosis en los trópicos apenas te da tiempo de ver y conocer a tus pacientes, todo desaparece violentamente, pacientes, bacilos, días, cosas, calor, mosquitos. Todo se va y es verdaderamente repugnante. Me dio pena, pena de verdad, por el hijo que deja, por ella, por mí, por todos los que leen este blog, por todos los hombres. Para moverme al siguiente paciente creó que puse mi mejor cara, un carácter gélido y también algo de locura aunque tal vez esta sea la única forma que tenga de defenderme. Pensé en Ferdinand Barmadu, el personaje de la novela de Celine, cuando reflexionaba en una de sus tantas fiebres palúdicas que tal vez lo único que buscamos a lo largo de nuestras vidas sea eso, la mayor pena posible para poder llegar a ser uno mismo antes de morir.