Cioran en Paris
Recomienda el autor que no leamos su libro de aforismos de un tirón, sino poco a poco, de noche preferiblemente, y sobre todo en momentos de pena o hastío. Porque es en esa situación cuando necesitamos que un simple pensamiento nos libere. Al fin y al cabo, un aforismo es algo discontinuo, un pensamiento instantáneo, que si bien no encierra mucho de verdad, si puede contener algo de futuro. Podemos encontrar un aforismo que afirme un acontecimiento y en la página siguiente otro que niegue eso mismo; y en realidad ninguno vale más que otro, sino que pertenecen a momentos distintos. Cioran no pretende ofrecer verdades absolutas, sino que nos lanza sus aforismos como si fuesen golpes lanzados al vacio.
A Cioran le gustaban las largas caminatas a lo largo de los senderos del Jardín de Luxemburgo. Cioran se extasiaba con los árboles, la sonrisa de los niños y aquellos peculiares habitantes del Jardín que eran los “lectores”. Entre todos los parques públicos de París, el de Luxemburgo ofrece una suerte de escena romántica, como una celebración religiosa compuesta por decenas de lectores que, sentados en las pesadas sillas de hierro, desafiando el frío, se consagran a la lectura bajo los árboles. Cioran veía en aquella secuencia una isla milagrosa, seres aún dispuestos a abstraerse de la realidad material para refugiarse en esa otra doble realidad de un parque y un libro abierto entre las manos. A veces exclamaba, mirando los árboles a lo largo de los senderos, su silencio potente: “Ah, es una victoria contra la vida”. Después de la caminata su tiempo transcurria en su modesto departamento. Cioran tenía allí otros motivos de éxtasis: el diálogo, siempre vivo, inteligente, Mozart, a quien consideraba el “hombre más completo, el más frívolo, el más profundo, que permaneció tan puro en la alegría como en la desolación extrema”, Borges, que para él era “el último de los delicados”, y el tango. La música de Buenos Aires había entrado en su vida de forma tardía. La conocía, desde luego, pero no el contenido de las letras. Una de esas tardes alguien le tradujo “Naranjo en flor” y se quedó pasmado. Leyendo la letra, Cioran había concluido que el tango aportaba la prueba irrefutable de que el espíritu humano, sea cual fuere su cultura, se interroga sobre las mismas cosas y llega a conclusiones similares. Para Cioran, la frase de “Naranjo en flor” que dice “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos” podría haber sido escrita por un budista. No sin cierta incredulidad pero con mucha emoción Cioran decía que si no le hubiesen dicho que era un tango habría situado su origen en algún gran maestro budista de siglos pasados.
(Nunca olvide lector que estamos hablando de una persona a la cual la madre le comento cierto día al pasar "...Si sabía que ibas a sufrir tanto, hubiera abortado..." )