19.12.10

Juego de villanos

 
Un repaso de Soldati

por Quintín en la Lectora provisoria
 
En la edición del martes 7 de diciembre de Clarín no se menciona Villa Soldati. En la primera plana, el título principal da cuenta de un posible adelantamiento de las elecciones en la ciudad, pero hay también una foto de la toma del campo deportivo del Colegio Marianista en el Bajo Flores. Es la típica noticia que se suele pasar de largo, que no se entiende de qué se trata. Hoy, después de todo lo ocurrido, se lee de otro modo. Al parecer, los intrusos de Flores eran profesionales: su modus operandi era ocupar un predio y exigirle al gobierno de la ciudad un rescate bajo la forma de subsidios. Este terminaba pagando a razón de 8000 pesos por familia. Pero luego, el mismo grupo tomaba otro predio (o el mismo) y así siguiendo. El diario no dice quiénes son los ocupantes ni cómo están organizados pero sí revela que el macrismo vivía negociando para evitar la proliferación de estas ocupaciones hormiga y se dedicaba incluso a alambrar y tapiar terrenos para evitar que la costumbre se extendiera. Es muy interesante descubrir el escaso poder que tenía la administración municipal frente a estos hechos y los procedimientos a los que recurría para ocultarlos.


Ese mismo día, uno de esos grupos (hoy sigue sin estar claro quiénes eran al principio los ocupantes) se mete con quien no debe: el terreno ocupado es esta vez un obrador de la empresa constructora de las Madres de Plaza de Mayo en el Parque Indoamericano. Gente pesada. Hebe de Bonafini hace una denuncia y obtiene rápidamente la orden de desalojo. Su apoderado, Sergio Schoklender, califica a los intrusos de zurdos y narcotraficantes. La Policía Federal y la Metropolitana (por distintas razones, ambos gobiernos están de acuerdo con la idea) coordinan el operativo y los ocupantes son expulsados del parque. Se estima que se trata de 200 personas. Pero algo sale mal. Los intrusos se atrincheran cerca de una villa y se enfrentan con la Policía Federal. Dos personas mueren por disparos de armas de fuego: Rosemary Puña (24, boliviana) y Bernardo Salgueiro (22, paraguayo). Se sigue investigando si los mató la policía o, como sostuvieron los dos gobiernos, fueron víctimas de enfrentamientos internos o de balas perdidas. Las circunstancias no son muy favorables para esta versión. Se encuentran evidencias de que se dispararon balas de plomo y la televisión muestra imágenes de una represión feroz, parecida a la que terminó con la vida Rubén Carballo hace un año, en ocasión del recital de Viejas Locas (episodio del que se ha dejado de hablar, el de un muerto por la violencia de las fuerzas de seguridad K en la época en que cosas semejantes no tenían existencia oficial). 


En algún momento de la noche, la policía abandona el Parque y este vuelve a ser ocupado. A la mañana siguiente se empieza a cocinar el episodio político más violento de la era Kirchner. El gobierno nacional se desentiende de la represión del día anterior pero también de la prevención de posteriores incidentes. El de la ciudad se declara impotente para cumplir las órdenes judiciales. El Parque se empieza a poblar y a lotear. Las imágenes de las sogas que delimitan las futuras parcelas son alucinantes. Los ocupantes empiezan a aumentar y la ocupación abarca ahora todo el predio. Se han agregado otros grupos de otras procedencias. Circulan versiones insólitas, como que esos terrenitos han sido vendidos a sus flamantes pobladores por mafias inmobiliarias clandestinas. La circunstancia antes oculta está ahora multiplicada por los medios. Pero esta no es una ocupación hormiga sino una megaocupación en un espacio público. Una situación completamente nueva que nadie sabe cómo manejar. 

El día siguiente, jueves 9, el kirchnerismo y el macrismo ascienden a su mayor grado de incompetencia y villanía. Rodríguez Larreta y luego Macri, informados de que un buen número de los ocupantes originales del parque son extranjeros, salen a explicar lo ocurrido arremetiendo contra las leyes inmigratorias. Mientras se desentienden de los asesinatos y de las deficiencias de su política, intentan convocar los prejuicios de sus votantes. Los funcionarios kirchneristas lanzan una acusación de xenofobia. Se quedan cortos: una cosa es tenerles bronca a los judíos y otra sostener en público que están sobrando en Alemania. Eso es lo que diferencia a los fascistas de los reaccionarios tradicionales. Pero Cristina Kirchner y quienes la asesoran pisan el palito. Ven allí la oportunidad de cargarle los muertos a Macri y de asestarle un golpe decisivo con vistas a las elecciones. Montados en esas declaraciones y en que el poder policial está en sus manos, cometen un error colosal. Mientras sacan sus propagandistas habituales a atacar la ideología y la política habitacional del macrismo, deciden apoyar la toma y hasta aumentarla con militantes propios para generar así un hecho que desnude la fragilidad del adversario y muestre que la presidente está con los desposeídos. A esta decisión colaboran la costumbre kirchnerista de ignorar las leyes y las disposiciones judiciales y también el tipo de estrategia que viene empleando en la ciudad: descalabrar el gobierno de Macri a fuerza de tomas, huelgas, interrupciones de tránsito y desórdenes de todo tipo que perturben el funcionamiento de la ciudad. La ocupación del Parque es homóloga a las tomas de escuelas, las huelgas docentes y administrativas, los cortes de calles y el final abrupto de la temporada en el Colón. La principal arma del kircherismo en la CABA es el boicot (y las ineptitudes macristas), sus líderes en la materia gente como Tito Nenna, el maestro-patota. Esta es otra buena oportunidad de entretener a los militantes y perjudicar a Macri. 

Pero hay un par de factores que los estrategas oficiales no calculan. En parte por prejuicios de clase, pero también por la enormidad que representa el acto en sí, la toma despierta un desagrado formidable y generalizado en la población de la ciudad. Así aparecen grupos armados dispuestos a tomar el lugar que la policía dejó vacante y desalojar el Parque a la fuerza. ¿Quiénes son esos grupos? Vecinos, barrabravas que son o supieron ser tropa K, punteros macristas, mafiosos de barrio que tienen negocios en el Parque… Poco importa: alentados por las consignas más reaccionarias que se hayan visto en muchos años, cuentan con la aprobación de los porteños, incluso de muchos que no piensan como ellos pero se sienten perplejos y agredidos por lo que ocurre, furiosos ante la posibilidad de que los ocupantes sean recompensados mientras que los de su propia clase no pueden acceder a un préstamo hipotecario. Y así se suceden una serie de escaramuzas cada vez más violentas entre los que están afuera y los que están adentro del Indoamericano. Esa noche muere asesinado un tercer ocupante, el boliviano Juan Quispe de 38 años, y hay decenas de heridos. La viuda de Quispe acusa a la Policía Metropolitana, pero la hipótesis resulta inverosímil ya que los efectivos de esta fuerza apenas pueden contener las agresiones de los del otro bando, empeñados en apedrear a los patrulleros, a las ambulancias y a los periodistas. Pero las declaraciones de la mujer revelan el grado de politización que ha alcanzado la disputa. Los kirchneristas y sus aliados (aunque sean circunstanciales como el CCC o el PO) están adentro, los enemigos del gobierno están afuera y comulgan por el momento con el macrismo. Mientras tanto, el resto de las fuerzas políticas parlamentarias se ha evaporado. 

Pero la situación de los intrusos en el Parque es la perfecta metáfora de la encerrona política en la que ha caído el gobierno. La torpeza, el oportunismo y el desprecio por la ley lo han dejado como auspiciante de un acto políticamente grotesco, que recibirá la condena de personajes tan poco sospechosos de derechistas como Evo Morales y Adolfo Pérez Esquivel: nadie en su sano juicio y menos quien gobierna (a menos que su intención sea desencadenar una guerra civil) puede apoyar que un conjunto de lúmpenes se repartan la cancha de fútbol y las zonas verdes de un espacio público. Pero hay más: las tomas se empiezan a multiplicar no solo en la ciudad sino en el Gran Buenos Aires y en el resto del país. Independientemente de su signo político, no hay gobernador ni intendente que no esté alarmado por el tema. Pero Cristina resuelve, en un principio, serle fiel a la lógica de Néstor: no negociar, redoblar la apuesta, ir por más. Así, con Aníbal Fernández a la cabeza, los funcionarios explican que el gobierno no piensa intervenir en un conflicto que es de la ciudad y que necesita sus fuerzas del orden para otra cosa (¡custodiar un festival de música!) mientras sus voceros y alcahuetes mediáticos se cansan de mostrar cifras que prueban que Macri subejecutó el presupuesto de vivienda, como si a esa altura esos números le pudieran importar a alguien. Así, se llega al momento más penoso: Cristina —después de declarar que no es xenófoba porque ama a sus empleados chilenos y paraguayos— anuncia la creación del Ministerio de Seguridad flanqueada por Bonafini y Carlotto —un  ministerio que se anticipa como garantista y queda a cargo de Nilda Garré— mientras deja herir y asesinar a quienes declara defender. Nora Cortiñas, presente en el Parque Indoamericano, pronunciará a propósito de ese discurso una frase tan gráfica como lapidaria: “el problema que tenemos es que los organismos de DD. HH. están en otra parte de la que deberían estar”. 

Por esas horas corre el rumor de un nuevo muerto, un joven de 19 años que habría sido sacado a la fuerza de una ambulancia y rematado de dos tiros en la cabeza. Aun hoy no se sabe si esa versión, sostenida tanto por los profesionales de la ambulancia como por organizaciones bolivianas y negada por las autoridades, es cierta o no. Otros sospechan que hubo más muertes en el parque, lo que revela el grado de desinformación que rodeó en todo sentido este episodio. La situación se hace insostenible. Macri reitera sus llamamientos para que el gobierno nacional acate los fallos judiciales e intervenga para pacificar el terreno. Ni Cristina, ni Fernández ni los funcionarios de menor rango responden a su pedido de audiencia ni le atienden el teléfono. Mientras tanto esos teléfonos suenan sin parar por los llamados de dirigentes peronistas aterrorizados.
Así, cerca de la medianoche del viernes, Cristina se encuentra en una situación que desnuda la lógica política del kirchnerismo: ¿qué hacer cuando tras desconocer el problema, redoblar la apuesta, denigrar a los adversarios y proclamar la propia infalibilidad, la realidad se resiste a doblegarse frente al discurso voluntarista? ¿Qué hacer cuando la negociación y el retroceso no figuran en el repertorio de posibilidades pero son la única salida? Es como la noche de la 125, pero con un sino trágico y una necesidad de resolución urgente. De todos lados le piden a la presidente que haga algo por detener lo que a todas luces ya es una masacre. Se lo piden sus opositores pero también sus militantes. Allí, por fin, Cristina y su círculo más cercano reconocen que no hay otra solución que aceptar los hechos. Así, convocan a Macri a la Casa Rosada, pero también a Juan Carlos Alderete del CCC, a quien traen en helicóptero desde González Catán (el dirigente piquetero contará después que fue su primer viaje en helicóptero) después de que Alderete amenazara con tomar todo lo que pudiera ser tomable en el país si el gobierno no detenía la violencia. 

Las negociaciones siguen toda la noche y al mediodía la situación está más distendida pero no hay acuerdo. En un acierto político de su parte, Macri (que se ha cansado de negociar ocupaciones) se planta en la posición de no negociar con los ocupantes. Es él el que pide paz y justicia. El gobierno no está conforme y aun quiere sacar ventaja. Interrumpe el diálogo, hace declarar a los ocupantes y a los partidos de izquierda contra Macri, pone en escena al Pitu Salvatierra, caudillo territorial que será su representante para alentar y luego desalentar una toma que ya no puede reconocerse como movida exclusivamente por la necesidad. Pero Fernández cede: convoca a la Gendarmería y a la Prefectura a cercar el Parque y neutralizar a las bandas ofuscadas de la periferia. Luego se organiza un censo a cargo del ministerio de Alicia Kirchner cuya única función real es mostrar poder y tranquilizar a los intrusos con alguna esperanza transitoria. 

El domingo y el lunes se vive una tensa clama. El gobierno está dispuesto a retroceder y quiere que el macrismo también ceda algo. Pero Macri no tiene nada que ceder: su posición es la única que le permite mantenerse vivo en política. Más que una mano ganadora, tiene una sola carta que jugar y lo sabe. Al kirchnerismo le queda la tarea de desactivar la bomba que contribuyó a armar. Mientras tanto, mientras la solución definitiva no llega, se suceden nuevas ocupaciones y los representantes armados de los vecinos siguen alzados, tanto que reprimen a la Prefectura. 

Mientras tanto, a favor de una tregua de hecho, empiezan a quedar más claros algunos aspectos de lo ocurrido. En primer lugar, parte de las causas de esta repentina transformación de los pacíficos habitantes de algunas villas en usurpadores de paseos públicos. Lo ocurrido en el sur de la ciudad es una fabulosa muestra a pequeña escala de la situación económica del país. Efectivamente: en Lugano, en Soldati y en muchos otros reductos de la precariedad social las casas se alquilan. Con Puerto Madero, son el mayor reducto de especulación inmobiliaria en la ciudad. Sin contratos legales, sin plazos determinados, el valor del alquiler se incrementa según la voluntad de los dueños, una mafia seguramente más poderosa en la villa que los narcos. La mayor demanda y la inflación hacen el resto. El resultado es devastador pero muy elocuente como fotografía del modelo K. Y es muy poco lo que el Estado puede hacer (más allá de la ineptitud macrista) para resolver este problema: nadie puede construir viviendas para todos los villeros de la capital en un lapso razonable y neutralizar así las catástrofes que el propio Estado crea con sus políticas económicas. Una vez más, la inflación se demuestra como el azote de los más pobres. El mercado, como fiel resabio de los noventa, ahoga a los inquilinos. La falta de seguridad y las mafias potencian la precariedad y la indefensión. Frente a eso, aparecen los punteros y las alternativas clientelares como focos de una organización que jamás resuelve los problemas sino que ayuda a perpetuarlos. Un poco de protección, la esperanza de una vivienda o de un subsidio a cambio de estar disponible para ser movilizado. Esa es la situación que denuncia Margarita Barrientos, responsable del comedor de Los Piletones, cuando cuenta que en esos días no tenía comensales porque todos sus vecinos estaban en el Parque movilizados por los punteros kirchneristas. Otros, representantes de grupos de otro origen étnico y político pero llevados por las mismas promesas, preferían soportar el sol, la lluvia, la falta de higiene, la humillación y las balas a cambio de una esperanza remota que alguien les hizo creer que podía tener algún asidero. La historia del Parque es también la de un sector importante de la población que vive manipulada por la desinformación y en medio de una burbuja de irrealidad. Al menos dos capas históricas de injusticia se acumulan sobre ciudadanos a quienes resultaría muy difícil creer que el modelo actual los tiene por beneficiarios. Sin embargo, el desprecio hacia la ley del kirchnerismo ha contribuido a la idea de que cualquier cosa puede ocurrir. De hecho, a pesar de lo absurdo de la idea, no era necesario ser un vecino paranoico para suponer que era factible que en ese predio se empezara inmediatamente a construir y que se transformara así en pocos meses en la mayor villa miseria de la ciudad. Ese temor extendido entre los vecinos de Buenos Aires como consecuencia de una gran incertidumbre institucional fue una de las causas del clima de inusitada ferocidad. 

Finalmente, el lunes a la tarde terminó la incertidumbre. Los pocos espectadores que pudimos verlo (la escena se repitió muy poco en la televisión) asistimos a un momento único en los años kirchneristas. Por primera vez un gobierno K aceptó frontalmente y sin trampas acordar con sus adversarios. Los jefes de gabinete nacional y municipal anunciaron conjuntamente —y con una cordialidad que llamaba la atención— que se había llegado a una solución. Esta resultó muy similar a la que proponía Macri. Exclusión de todo plan social presente y futuro de quienes tomaran tierras públicas o privadas, un plan de viviendas conjunto cuyo monto será decidido por la ciudad y en el que tendrán prioridad los más necesitados y no los protagonistas de las tomas. Fue una situación muy rara, que recordó por contraste aquella noche en la que los ministros negociaban de buena fe un acuerdo con la mesa de enlace pero cada llamado a Néstor Kirchner daba por tierra con lo pactado. Escenas similares ocurrieron muchas veces en el Parlamento, donde el telefonazo de Olivos destruía las negociaciones en curso sobre temas de toda índole. Al parecer, Cristina no lleva las cosas hasta ese extremo y se llegó a un desenlace que habría sido inconcebible en vida de Kirchner. Pero aún no se sabe si estamos ante un indicio o una excepción. 

Como suele ocurrir, dos lecciones opuestas se pueden derivar de lo narrado. Una es que no se muere nadie si se conversa, si se negocia, si se acuerda. Al contrario se evita que muera gente, se avanza y se progresa independientemente de la ventaja ocasional que saque cada uno. Eso es la democracia y hubiera sido más democrática aun si el anuncio del acuerdo lo realizaban la presidente y el jefe de gobierno. Los muertos se merecían ese homenaje desde la mayor solemnidad posible. Pero también, a partir de esa fotografía que nunca ocurrió, la de Cristina Kirchner y Mauricio Macri sentados en la misma mesa, se puede ver lo ocurrido en el Parque Indoamericano como algo completamente distinto: un ensayo de distintos grupos sobre la operación y movilización de sus fuerzas de choque. Ese enfrentamiento despiadado y sin reglas en el que los terceros quedaron excluidos puede ser un error aislado o el anticipo de un futuro que desemboca en la guerra civil o el golpe de estado. O hay ley o no la hay y lo de Soldati fue solo un anticipo de lo que puede ocurrir en uno y otro sentido.